miércoles, 17 de junio de 2009

SI NADIE LOS ESPERA...


Igual que sucede con las primeras novelas de infancia muchas de las cosas que uno escribe no las quiere recordar. Son escondidas en una vieja carpeta, en un cajón, en un archivo oculto en el disco duro del ordenador… Muchas de las cosas que uno escribe son horrendas, pésimas, un mero boceto de una idea absurda o un intento fallido de una pretensión mayor. Muchas de las cosas que uno escribe no quiere que nadie las lea porque no están acabadas, no están preparadas para una lectura. Esto le pasa a todos los que en algún momento han sentido el gusanillo de escribir, hayan conseguido ser escritores o nos quedemos en el intento. Los que nos quedamos en el intento, los que no logramos más que ser pretendientes a escritores, los que como mucho podemos considerarnos escribidores, no corremos ningún riesgo. Cuando nos den sepultura puede que alguien registre nuestras carpetas, es verdad, pude incluso que alguien lea lo que contienen nuestras carpetas X files y esa lectura servirá para evocarnos con cariño, nada más. El riesgo es para aquellos que consiguen el estatus de escritor. Las aves de rapiña, camufladas bajo el amor filial o marital, escondidas tras la exaltación de la amistad o cubiertas de las plumas coloristas del investigador literario que pretende mostrar al mundo su descubrimiento de la Octava Maravilla, buitres impúdicos con afán de cotillas de escalera, sacarán los trapos sucios de don Escritor, revelarán al mundo aquello que su autor quiso ocultar, no pudo terminar o simplemente no le dio la gana que nadie lo leyera. ¿Dónde quedan aquí los derechos de autor? ¿Dónde el derecho principal de cualquier autor que es el de compartir o no su obra con nadie? No hablo de casos como el de John Kennedy Toole quien intentó hasta el suicidio que alguien tuviera la bondad de publicar su maravillosa novela La conjura de los necios y que su madre continuó con ese propósito recorriendo los Estados Unidos de punta a punta. En ese caso había una clara voluntad de ser publicado. Hablo del caso Kafka, o del caso Carver o de otros miles de casos. El último es el de Julio Cortázar. Hace unas semanas Alfaguara ha publicado lo último de lo último de Cortázar en un libro titulado Papeles Inesperados. Pues si nadie los esperaba para qué fastidiar las intimidades de Cortázar. Supongo que hay que hacer caja en estos momentos de crisis, supongo que es el aniversario de Julio Cortázar… Estos Papeles Inesperados son el último caso de desclasificación unilateral de los documentos top secret de alguien a quien le dio por escribir, habrá más, seguro. Un consejo para todos los escritores, escribidores y para cualquiera que en algún momento de su vida ha puesto sobre un papel unas palabras sin demasiada convicción; compren un buen mechero.

miércoles, 3 de junio de 2009

PRIMERAS NOVELAS


Supongo que la mayoría de los que intentamos escribir conservamos, olvidada en algún cajón físico o mental, una primera novela de infancia. Novelas inspiradas en los libros con los que nos iniciamos en la lectura, novelas que provocan el orgullo y los aplausos familiares, ¡mirad al peque, ha escrito una novela!, novelas que quemaríamos, sin dudarlo, temiendo que alguien en años venideros llegue a descubrirla, nadie escapa a la vanidad de las suposiciones, novelas que indican el punto de inflexión señalando el momento en el que dejamos de ser meros lectores y comenzamos a convertirnos en monos miméticos.


Cuenta Umberto Eco que sus primeras novelas de infancia estaban inspiradas en las aventuras de Emilio Salgari. Dice que eran proyectos en los que nunca superaba las veinte o treinta páginas y que dedicaba más esfuerzo a la cuidadosa elaboración de la portada y de las ilustraciones interiores, intentando ser lo más fiel posible a las ediciones de las novelas de Salgari ilustradas por Amato, que a la historia en sí. La primera novela de la que yo tengo un recuerdo vivo y profundo es también una de Emilio Salgari: En la selva virgen, editada por la editorial Gahe, Madrid, 1975 e ilustrada por Luis Vigil. Mi primer intento de novela, con nueve o diez años, también estuvo inspirado por Emilio Salgari, aunque reconozco que nunca pretendí ilustrarlo. Recuerdo que cambié, trucos miméticos, la costa y selva brasileña que servían de escenario a la novela de Salgari por las orillas del río Misisipi, no quiero recordar nada más.