jueves, 31 de diciembre de 2009

ITALO CALVINO, UN CLÁSICO


Ale, de Verona, me dijo: Tienes que leer a Italo Calvino. Yo sabía quién es Italo Calvino, pero no recordaba haber leído nada de él. Así que siguiendo el consejo y el criterio de Ale me fui a la biblioteca y busqué en la C alguno de sus libros. Había muchos, miré los títulos, observé las contraportadas, dudé entre las novelas y los cuentos y al final descubrí en esa estantería de Narrativa un título que tendría que haber estado en la estantería de Ensayo; Por qué leer los clásicos. No lo dudé un instante. Elegí ese libro. Antes de adentrarme en Italo Calvino quería conocer sus referencias, sus gustos y sus opiniones sobre otros autores. En este libro Calvino hace un repaso a los grandes autores de todos los tiempos, desde Homero hasta Pavese, pasando por Balzac, por Dickens, por Flaubert o por Borges. No se trata de un libro de crítica ni de análisis estilístico, que también lo hace, se trata, en realidad, de un libro de amor, de admiración y cariño hacia esos autores que han significado mucho en la vida de Italo Calvino. Por cierto, me ha descubierto y despertado, este libro, enormes ganas de leer a Carlo Emilio Gadda, del que no supe nada hasta que descubrí que Kirmel Uribe le dedicaba uno de sus poemas y que he encontrado, ahora, entre las referencias de Calvino.


En la introducción de este libro Calvino da catorce definiciones de lo que se puede considerar un clásico en literatura. La primera de ellas dice; Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oir decir “estoy releyendo…” y nunca “estoy leyendo…” Y es verdad que a veces nos da vergüenza admitir que no hemos leído un libro considerado indispensable. En otra de sus definiciones califica a los clásicos como: un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes. También dice; Se llaman clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos. Esta introducción concluye con una sentencia llena de sabiduría y de sentido del humor, características en la prosa de Calvino; La única razón que se puede aducir es que leer los clásicos es mejor que no leer los clásicos. Esto mismo sirve para Italo Calvino, la única razón es que leerle es mejor que no leerle.

viernes, 11 de diciembre de 2009

EL DOLOR DE UN SACO DE ARENA


Un elefante durmiendo la siesta en la carretera que llega hasta las Cataratas Victoria. Un día a día cargado de actividades extenuantes para poder terminar en la cama rendido, sin fuerzas para enfrentarse con uno mismo. Las fichas de dominó como símbolo de las decisiones sin retorno que uno elije en la partida de la vida. Una abuela que necesita de intérprete para entenderse con su nieta. Una pregunta retórica: ¿a quién le importa el dolor de un saco de arena? Estas y otras historias componen el libro No habría sido igual sin la lluvia, de Rubén Abella. Un libro ganador de la XI edición del Premio Vargas Llosa NH de Relatos. Yo nunca he pasado una noche en un hotel NH, este libro me lo ha dejado alguien que se encontró con él en una habitación de esta cadena hotelera en Lisboa. No se trata de un libro de Pessoa, eso habría sido el colmo de la buena suerte. Cuando ocupas la habitación de un hotel esperas encontrar una luz fundida, un par de perchas en un armario, una televisión monótona y un mueble bar. Nunca esperas encontrar un libro en la mesita de noche. Grata sorpresa. ¡Ojalá desaparezca el mueble bar de los hoteles! ¡Ojalá exterminen las perchas plastificadas y sin cabeza! ¡Ojalá pongan estanterías con libros en los baños clónicos de los hoteles! Nunca he pasado la noche en un hotel NH, pero sin duda lo haré. El año que viene, que el libro de este año ya lo he leído.

jueves, 3 de diciembre de 2009

UN CERVANTES MEXICANO


«La sangre derramada clama venganza».

Y la venganza no puede engendrar

sino más sangre derramada

¿Quién soy:

el guarda de mi hermano o aquel

a quien adiestraron

para aceptar la muerte de los demás,

no la propia muerte?

¿A nombre de qué puedo condenar a muerte

a otros por lo que son o piensan?

Pero ¿cómo dejar impunes

la tortura o el genocidio o el matar de hambre?

No quiero nada para mí:

sólo anhelo

lo posible imposible:

un mundo sin víctimas.

Cómo lograrlo no está en mi poder;

escapa a mi pequeñez, a mi pobre intento

de vaciar el mar de sangre que es nuestro siglo

con el cuenco trémulo de la mano.

Mientras escribo llega el crepúsculo,

cerca de mí los gritos que no han cesado

no me dejan cerrar los ojos.


Le han dado el Premio Cervantes a José Emilio Pacheco. Supongo que nadie tiene dudas de que se lo merece.