martes, 28 de diciembre de 2010

LAS MANOS DE MANUEL RIVAS


La boca es para callar. Los ojos para no ver. Los oídos  para no escuchar. Y las manos… ¿para qué son las manos? Las de Manuel Rivas son para escribir. Eso es lo que hace Rivas con las manos. Escribir estupendas novelas con sabor gallego, con morriña, con esa manía tan de su tierra de no saber nunca si va o viene, sin responder a las preguntas. Una lírica en prosa que te asalta como un temporal y te dice, así con voz de viento, que si quieres respuestas las encuentres tú. Su última novela: Todo es silencio, habla del paisaje, un paisaje de acantilado, de cielos grises, de lluvia que no se cuenta pero que la notas presente y del mar; ese mar que trae  cosas y se lleva mucho más. Y ese paisaje está habitado por gente al borde del precipicio, siempre asomándose al acantilado, paisanos que no son buenos ni malos, sino grises como el cielo bajo el que trascurre su día a día, personas a quienes la lluvia les moja el alma y un mar que trae whisky, tabaco, farlopa y caballo, pero que se lo lleva todo.  Y Todo es silencio, o mejor: silensio, pues como se cuenta en la novela el silensio, así escrito, es más silencioso. La última novela de Manuel Rivas es una historia de contrabandistas y de supervivientes en las coordenadas de Fisterra, en el fin del mundo. Una historia de piratas y mariscales modernos, de náufragos y sirenas antiguas, una historia, en definitiva, muy gallega. O no.

martes, 14 de diciembre de 2010

ECO NO LO NECESITA


El escándalo es sin duda un activo editorial, pero no siempre lo es literario. Sirvan de ejemplo los últimos éxitos editoriales: las memorias de Bush, que han alcanzado más de un millón de ventas , y la entrevista con anticonceptivos de Benedicto XVI; dos libros que están arrasando en ventas y que sin duda se convertirán en las estrellas libreras de estas navidades. Otras veces la provocación es marca de la casa; me refiero a Houellebecq, quien ya nos ha acostumbrado a sus desplantes morales y su estilo hiriente, pero que tiene que valerse de sospechosas acusaciones de plagio, aunque  el tiro le salga por la culata y el establisment cultural galo termine concediéndole el premio Goncourt (hecho que agradecerá su editorial mientras prepara la próxima provocación).  En algunas ocasiones el escándalo es inherente a la obra misma y por mucho que se intente no se pude huir de él, como sucede con las memorias de Keith Richards, quien, aunque pretenda contar su vida de manera naif, no podrá evitar que nos asombremos ante sus hazañas autodestructivas, con una relativa envidia por su constante vida al borde del abismo. Sin embargo, hay escritores que no necesitan de estas artimañas para vender, ni siquiera necesitan vender para tener una calidad literaria extraordinaria. Escritores como Umberto Eco, quien acaba de presentar en Madrid su última novela: El cementerio de Praga (Lumen). Un libro que narra las vicisitudes de Simone Simonini, una especie de Julian Assange del siglo XIX, que va fabricando y vendiendo al mejor postor documentos comprometedores, tan escandalosos como falsos. Todavía no he podido leer esta última ficción de Eco y no sé qué turbulencias esconderán sus páginas para que algunos rabinos extremistas y los fundamentalistas católicos (léase el Vaticano) hayan reaccionado tan airadamente contra El cementerio de Praga. Umberto les agradece las críticas y asegura, risueño, que gracias a los obispos ha logrado vender miles de ejemplares más de los previstos. Espero poder leer pronto la novela y en ningún caso creo que me parezca tan inmoral como el libro en el que se fundamentan ambas religiones; ese sí, lleno de escándalo, ambigüedad y provocación.