domingo, 15 de septiembre de 2013

JON BILBAO Y LOS CETACEOS



Llamadme Ismael. Llamadle Jon Bilbao. No importa quién se esconda bajo la firma, no importa que no sea de Bilbao. No importa que use la foto de otro para aparecer en las portadas de sus libros. No importa, por mucho que cite a Shakespeare o a Melville o Whitman, que sus verdaderas influencias sean los cómics de Marston y compañía. No importa una mierda. Este tipo, un embaucador que empezó su vida escarbando en las minas asturianas y que desconoce por completo el noble arte de las traineras, escribe con vientos alisios, en constante buen rumbo, con las velas hinchadas. No para, sigue su travesía con rumbo norte, siempre norte. En su última novela Shakespeare y la ballena (Tusquets), ficciona sobre un William Shakespeare pasajero de un barco con rumbo a Dinamarca (Oh, Hamlet) y el encuentro casual con una ballena blanca, todo un leviatán que inspirará al portento del Globe una epopeya sobre la lucha del ser humano contra sus propios miedos, una epopeya que siglos más tarde le plagiaría Melville, o es Jon Bilbao quien plagia a Shakespeare y a Melville. O no, o nadie plagia a nadie porque la ballena, como mito ya aparece en la Biblia (con un tal Jonás). No se trata de plagios ni influencias, aunque algunos quieran leerlo así, subidos a sus cofas de grumetes creen adivinar que la novela de marras habla de la influencia del inglés en el yanqui, pero no es así, de lo que trata Shakespeare y la ballena es del proceso creativo, de cómo las vivencias interactúan con la ficción literaria, de cómo todo influye de manera consciente e inconsciente. Yo estoy convencido que esta idea, tan metaliteraria, se le ocurrió a Jon observando, un buen día, allá en la Ría, una vulgar y triste sardina. Y de una sardina a una ballena, solo hay un salto, una cuestión de volumen y por supuesto, mucho oficio, buenas artes de marinera y de eso Jon Bilbao tiene de sobra. ¡Buen rumbo, Capitán, oh capitán!

jueves, 6 de junio de 2013

TOM SHARPE, UNA ÚLTIMA BROMA



Hoy me he despertado con la noticia en todos los periódicos de la muerte de Tom Sharpe. Sin embargo, yo sé que es mentira. Sharpe no ha muerto, Sharpe ha fingido su muerte como haría Wilt al simular el asesinato de su esposa. Ahora mismo me lo imagino tendido al sol en una de las inaccesibles calas de la Costa Brava muriéndose de risa ante tanto panegírico. Seguro que ha dejado una nota amenazando con que su cadáver se encuentra triturado, cual carne picada, en una de las muchas fábricas de butifarra de la zona y probablemente cuando vayan a incinerarle este fin de semana lo qué encuentren dentro del ataúd no sea más que un esperpéntico muñeco hinchable.  Tom Sharpe no ha muerto, es todo una broma macabra de las que tanto gustaba el escritor británico. El padre de Wilt no puede morir, adquirió la inmortalidad con aquella ácida y desternillante Reunión tumultuosa, su primera novela, antes de que inventara al descabellado Wilt y para mi gusto su mejor novela, llena de crítica social hacia el apartheid sudafricano y de un humor negro, en sentido literal y figurado, tremendo. Como muestra de su peculiar sentido del humor, tan british él, un fragmento de las primeras páginas de Reunión tumultuosa:

─ Acabo de asesinar a mi cocinero zulú─ gruñó la señorita Hazelstone.
─ Eso es lo que dije─ dijo Els, conciliatorio─. Que quiere usted informar de la muerte de un negro.
─ Yo no quiero hacer nada de eso. Le he dicho que acabo de asesinar a Cinco Peniques.
Els lo intentó de nuevo.
─ La pérdida de Cinco Peniques no constituye un asesinato.
─ Cinco Peniques era mi cocinero.
─ Matar a un cocinero tampoco constituye un asesinato.
─ ¿Qué es entonces un asesinato?─ La seguridad de la señorita Hazelstone en su propia culpa  comenzaba a tambalearse ante el diagnóstico favorable del Konstabel Els.
─ Matar a un cocinero blanco puede ser asesinato. Es improbable, pero puede ser. Pero matar a un cocinero negro no. Bajo ninguna circunstancia. Matar a un cocinero negro se considera defensa propia, homicidio justificado o eliminación de basura─ Els se permitió una risilla─ ¿Ha probado usted en llamar al departamento de higiene?─ preguntó.

Y esto es solo el comienzo de esta estupenda novela. No, Tom Sharpe no ha muerto, es otra broma de las suyas.

viernes, 24 de mayo de 2013

LLAMAZARES, VUELVEN LAS LLUVIAS Y EL LOBO



Desde el año 2005 no había escrito ninguna novela y aquella El cielo de Madrid, resultó un tanto floja, algo desorientada,  como un ejercicio de terapia hecho al calor de una cachimba, un desparrame artístico existencial con brochazos biográficos que quería contarlo todo, pero que por momentos pecaba de exceso de interioridad y a veces deambulaba por paisajes simplones pintados con  tonos pastel. Después ha seguido con otros géneros como los estupendos relatos recopilados en Tanta pasión para nada (2011), o algún libro de viajes, o sus artículos periodísticos. Sin embargo, somos muchos los que esperábamos recuperar el placer de leer al Julio Llamazares de Tierra de lobos o de La lluvia amarilla. Hemos tenido que esperar, es verdad, pero aquí está: Las lágrimas de San Lorenzo (Alfaguara). Un libro que habla sobre la soledad, sobre la memoria, sobre las relaciones de un padre y un hijo que contemplan en una noche de agosto esa lluvia de estrellas, las Perseidas. Estrellas fugaces que sirven como metáfora de los anhelos y las desilusiones, los deseos y las pérdidas, los encuentros y los desencuentros. Vuelve Llamazares a hablarnos de la memoria, que es su paisaje natural, con esa lluvia, ya sea de estrellas, ya sea amarilla, siempre poética, que nos cala hasta lo más profundo y esa mirada suya tan certera, como  de lobo, de lobo escondido en las profundidades del bosque, lobo que observa lo que sucede allá, aquí, abajo, en el valle para luego aullarlo a la luna, en negro sobre blanco. Gracias por volver, Julio.

sábado, 11 de mayo de 2013

¿SON MERCADOS O SON MOLINOS?



Esta ilustración de LeRaúl llena de sarcasmo y acidez me parece sensacional para reflejar el momento actual de crisis que nos están obligando a vivir. Por un lado plantea, o a mi me hace reflexionar, sobre la situación económica global marcada por unos mercados que actúan como aquellos gigantes de El Quijote, seres fantásticos, imprevisibles y devastadores, unos mercados que nadie ve salvo los expertos macroeconómicos o los gobiernos de turno, unos mercados que a nosotros, los aldeanos de a pie, nos siguen pareciendo molinos, nada más que molinos o más castizamente: chorizos.  Al mismo tiempo, porque todo está relacionado, LeRaúl pone en tinta, la situación laboral del país, con una reforma laboral salvaje que permite despidos, EREs y reajustes de plantilla de forma indiscriminada y sin más justificación que mantener el nivel de beneficios de la patronal de turno. Aquí ya se despide a cualquiera, sin contemplaciones, hasta el mismísimo Don Quijote acabaría despidiendo al bueno de Sancho Panza. Y por último, a nivel literario, no sé si queriendo o sin querer, LeRaúl entra de lleno en la polémica suscitada por el último ensayo  de  Luis Goytisolo en el que diagnostica el fin de la novela. No sé si por pudor o por falta de inspiración la frase: Amigo Sancho,…está despedido, no la ha incluido Goytisolo en su galardonado panfleto apocalíptico, pero es la síntesis de su hipótesis.

LeRaúl es un ilustrador bloguero http://ysinosquitanlobailao.blogspot.com.es/,  que ha dado el salto al papel recientemente con un libro recopilatorio de sus dibujos editado por Autsaider Cómics y que mantiene el mismo título: ¿Y si nos quitan lo baliao? Una colección de viñetas mordaces que recuerdan ligeramente a El Roto, pero con un toque más kitch. Un libro para reírse como cuando te cuentan un buen chiste, porque ya se sabe que los mejores chistes son aquellos que cuentan la verdad.

miércoles, 1 de mayo de 2013

MURAKAMI TOCANDO A LISZT



Que Murakami, pesado y constante, haya sacado un nuevo libro no es noticia, nos tiene acostumbrados a un par de libros o un par de trilogías al año. Que Murakami arrase en su Japón natal donde legiones de fanáticos disfrazados de muñecos de peluche  ansían las narraciones onanísticas de su genio literario con las mismas ganas que esperan el último número de Once Piece tampoco es noticia. La noticia está en que esta última novela del autor nipón haya conseguido terminar con las existencias en las casas de discos de las obras de Franz Liszt, especialmente con las suites para piano recogidas bajo el título Années de Pèlerinage. Repito: agotados en Japón los discos que recogen las obras del compositor húngaro Franz Liszt. Y es que cuando los japoneses se obsesionan con algo no hay quien les detenga, arrasan con ello (véase las ballenas, por ejemplo). Haruki Murakami no solo toma prestado del compositor húngaro el título El descolorido Tsukuru Tazaki y sus años de peregrinación, sino que a lo largo de sus páginas desmenuza hasta la extenuación las partituras interpretadas por Lazar Berman, pianista ruso, en una grabación de 1977. ¿Merecerá la pena esta nueva novela de Murakami? Me temo que será más de lo mismo: un adulto cuarentón que en plena crisis existencial recordará su adolescencia atribulada, o una infancia difícil por no tener un nombre con significado cromático, esos temores e incertidumbres que nos asaltan según vamos comprendiendo en qué consiste esto de vivir; el despertar de la sexualidad, con especial atención a la masturbación; alguna jovencita introvertida o extrovertida; lecturas; planes rotos; y una banda sonora que sirve para dotar de melancolía al relato, en este caso Franz Liszt. Murakami es de esos escritores que sostienen que uno debe de escribir sobre aquello que conoce y por eso escribe sobre sí mismo una y otra vez. O puede que sea todo lo contrario; que escriba sobre sí mismo para ver si consigue comprenderse y encontrarse de una santa vez. Cualquiera de las dos opciones es válida, incluso habitual y por supuesto recurrente, el problema es que sus lectores ya le conocemos lo suficiente, porque con Liszt o con los Beatles, Haruki Murakami se repite. Y no, no he leído aún esta nueva novela y sí, lo haré, pero me temo que será más de lo mismo. Eso sí, al menos, hay que agradecerle que nos haga recordar las partituras de ese genio, tan alejado de los gustos japoneses, como fue Franz Liszt.