A veces uno llega tarde. A veces
uno no escucha los consejos de otros y tiene que descubrir las cosas por sí
mismo para que luego le reprochen: “ya te lo dije” Sí, sí, ya me lo dijeron.
Sí, sí, ya lo escuché. Deberías de leer
a…Vale, vale, ya lo haré. Y el nombre se te queda allí en la memoria, en el
cajón de los nombres que deberías de prestar atención, un cajón sin fondo, un
cajón repleto de iniciales y apellidos, de títulos, de recomendaciones. Y pasa el tiempo. Pasan los meses. Más meses.
Años, incluso. Hasta que un día no es que abras ese cajón de las
recomendaciones perdidas, sino que un libro cae en tus manos de forma
inesperada; lo miras, lo observas, lo palpas, lo abres, lees la nota biográfica
de la contraportada… Entonces recuerdas… Pero si de este tipo ya me habían
hablado… Y ves la foto. Y piensas: coño si parece Christopher Lambert en Los Inmortales. Vaya título, piensas: La niña del pelo raro. Pasas una página,
pasas donde dice que la traducción es de Javier Calvo, pasas la escueta
dedicatoria, pasas el índice, comienzas a leer y tras el tercer punto te
encuentras: El cielo parece un cerebro.
Luego vas descubriendo otras comparaciones, cada cual más sorprendente, y
metáforas, todo es una gran metáfora. La sintaxis, la estructura de los
relatos, los personajes, las situaciones que plantea, todo es un gran disparate
que sirve como reflejo fiel de una sociedad aun más extraña, aun más
desconcertante, aun más desoladora que la que Wallace plasma. Hasta que antes
de cerrar el libro lees: Escucha el
silencio que hay detrás del ruido de los motores. Es entonces cuando
comprendes que ese silencio, el que hay tras el ruido de los motores, esa canción de amor, es lo que estuvo
buscando D. F. Wallace hasta ese extraño y a la vez familiar día de septiembre
en el que decidió quitarse de en medio. No sé rindió, no. Simplemente se hartó.
Yo he llegado tarde a sus libros, no me apresuré a comprobar lo acertado de
aquellas recomendaciones. Hace cuatro años que se ha muerto y apenas he leído un
libro suyo. Sin embargo, cuando lo leo parece que lo conociera de toda la vida.
Es extraño, como si yo también, al igual que todos lo que me recomendaron su
lectura, anduviéramos atentos a ese silencio
que hay detrás del ruido de los motores.
sábado, 18 de agosto de 2012
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