Llamadme Ismael. Llamadle Jon
Bilbao. No importa quién se esconda bajo la firma, no importa que no sea de
Bilbao. No importa que use la foto de otro para aparecer en las portadas de sus
libros. No importa, por mucho que cite a Shakespeare
o a Melville o Whitman, que sus verdaderas influencias sean los cómics de Marston y compañía. No importa una
mierda. Este tipo, un embaucador que empezó su vida escarbando en las minas
asturianas y que desconoce por completo el noble arte de las traineras, escribe
con vientos alisios, en constante buen rumbo, con las velas hinchadas. No para,
sigue su travesía con rumbo norte, siempre norte. En su última novela Shakespeare y la ballena (Tusquets), ficciona sobre un William Shakespeare pasajero de un
barco con rumbo a Dinamarca (Oh, Hamlet)
y el encuentro casual con una ballena blanca, todo un leviatán que inspirará al
portento del Globe una epopeya sobre
la lucha del ser humano contra sus propios miedos, una epopeya que siglos más
tarde le plagiaría Melville, o es Jon Bilbao quien plagia a Shakespeare y a Melville. O no, o nadie plagia a nadie porque la ballena, como mito
ya aparece en la Biblia (con un tal Jonás). No se trata de plagios ni
influencias, aunque algunos quieran leerlo así, subidos a sus cofas de grumetes
creen adivinar que la novela de marras habla de la influencia del inglés en el
yanqui, pero no es así, de lo que trata Shakespeare
y la ballena es del proceso creativo, de cómo las vivencias interactúan con
la ficción literaria, de cómo todo influye de manera consciente e inconsciente.
Yo estoy convencido que esta idea, tan metaliteraria, se le ocurrió a Jon observando, un buen día, allá en la
Ría, una vulgar y triste sardina. Y de una sardina a una ballena, solo hay un
salto, una cuestión de volumen y por supuesto, mucho oficio, buenas artes de
marinera y de eso Jon Bilbao tiene
de sobra. ¡Buen rumbo, Capitán, oh capitán!
domingo, 15 de septiembre de 2013
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