Algunos comparan a Horacio Quiroga con Edgar Allan Poe. Ambos revitalizaron el género del cuento en sus respectivas lenguas, ambos se sirvieron de lo terrible y horroroso para sus narraciones y ambos sintieron una irrefrenable atracción por las jovencitas muy jovencitas. Horacio Quiroga quedó huérfano a los pocos meses de nacer, mató por accidente a un buen amigo, su primera mujer se suicidó, se casó con la amiga de su hija y finalmente bebió un vaso de cianuro cuando un médico le comunicó que estaba enfermo de cáncer. Una vida dramática y accidentada que también guarda ciertas similitudes con el autor bostoniano. Esas son las semejanzas, el resto son argucias editoriales, puro marketing, y tonterías de algunos fanáticos de la literatura comparada. Los cuentos de Quiroga y Poe tienen la misma similitud que la encontrada en los relatos de Chejov y Carver, es decir: que los cuatro escritores son excepcionales. Nada más. Aunque Quiroga no sea Poe, no necesita serlo.
Igual que Poe, que Chejov y supongo que Carver, Quiroga dio algunos consejos para los escritores de relatos recopilados bajo el título: Decálogo para el perfecto cuentista. De esos diez consejos, que el propio autor no aplicó a su obra, me quedo con la mitad del octavo mandamiento quiroguiano: "Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto como una verdad absoluta, aunque no lo sea".
Igual que Poe, que Chejov y supongo que Carver, Quiroga dio algunos consejos para los escritores de relatos recopilados bajo el título: Decálogo para el perfecto cuentista. De esos diez consejos, que el propio autor no aplicó a su obra, me quedo con la mitad del octavo mandamiento quiroguiano: "Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto como una verdad absoluta, aunque no lo sea".