La boca es para callar. Los ojos para no ver. Los oídos para no escuchar. Y las manos… ¿para qué son las manos? Las de Manuel Rivas son para escribir. Eso es lo que hace Rivas con las manos. Escribir estupendas novelas con sabor gallego, con morriña, con esa manía tan de su tierra de no saber nunca si va o viene, sin responder a las preguntas. Una lírica en prosa que te asalta como un temporal y te dice, así con voz de viento, que si quieres respuestas las encuentres tú. Su última novela: Todo es silencio, habla del paisaje, un paisaje de acantilado, de cielos grises, de lluvia que no se cuenta pero que la notas presente y del mar; ese mar que trae cosas y se lleva mucho más. Y ese paisaje está habitado por gente al borde del precipicio, siempre asomándose al acantilado, paisanos que no son buenos ni malos, sino grises como el cielo bajo el que trascurre su día a día, personas a quienes la lluvia les moja el alma y un mar que trae whisky, tabaco, farlopa y caballo, pero que se lo lleva todo. Y Todo es silencio, o mejor: silensio, pues como se cuenta en la novela el silensio, así escrito, es más silencioso. La última novela de Manuel Rivas es una historia de contrabandistas y de supervivientes en las coordenadas de Fisterra, en el fin del mundo. Una historia de piratas y mariscales modernos, de náufragos y sirenas antiguas, una historia, en definitiva, muy gallega. O no.
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