No tiene nada de malo chochear,
todo lo contrario, más cuando tienes, como es el caso, casi ochenta años,
cuando te has pasado ocho largas décadas siendo más o menos coherente y
demostrando una lucidez extraordinaria. Así que vaya por delante que está en
todo su derecho, que se lo ha ganado y que hace lo que le da la gana y por
supuesto: dice lo que le da la gana. Ahora, al abuelo Philip, le ha dado por
ponerse el uniforme de Bartleby, el Bartelby de Melville, el Bartleby de Vila-Matas,
y decir aquello de preferiría no hacerlo,
pues nada, abuelo, no lo haga usted, usted tranquilo. ¿Se ha tomado el Iniston?
Habrá quien diga que es normal que esté cansado de escribir, que esté harto de
la literatura, después de toda una vida dedicado a lo mismo, después de más
treinta novelas… Claro, claro. ¿Usted también se ha tomado el Iniston? Pues
venga, venga, siga con lo suyo.
De escribir no te retiras, no existe la
jubilación, lo de escribir es una dedicación vitalicia, poniéndome cursi, diría
que es una forma de vida (yo también tengo derecho a chochear, ¿no?). No hablo
de ser novelista, no hablo de ser escritor con mayor o menor éxito, hablo de
escribir, del acto, de la necesidad de escribir, de esa sensación agobiante,
imperiosa, tremenda, desesperante a veces. Philip Roth dejará de publicar,
dejará de entregar manuscritos a su editorial, dejará de gastarse la vista y
los pocos años de vida que le queden en la elaboración de ese producto final
que nosotros, los consumidores, adquirimos en las librerías. Eso es más que
probable. No me cuesta imaginarlo haciendo las correcciones de Némesis,
soportando la presión de su editor, intentado cuadrar hasta la última coma del
texto y pensando para sí: ¡A la mierda! ¡Váyase a la mierda! (sí, me lo imagino
en plan Fernando Fernán-Gómez). Hay que reconocer que la literatura agota, es
tremenda la literatura, cansina y plasta, avariciosa, adictiva, vampírica la
literatura, una cabrona la literatura. Sin embargo, escribir, ese acto
impulsivo, ese instinto creativo (con mayor o menor fortuna) no es controlable,
proviene del otro lado del córtex cerebral, de lo profundo del bulbo raquídeo,
del mismo lugar que controla nuestra respiración.
Escribir, abuelo Philip, no
es una opción, es una maldición (placentera o no depende mucho del día). Puede
que Roth quiera dejar la pluma, puede que esté empeñado en ello y que cabezota,
como cualquier octogenario gruñón, lance ese órdago a sus lectores: Ahí us quedaís! (que diría el otro),
pero no creo que Zuckerman le deje abandonar el barco, no creo que Kepesh se lo
permita. Además, sería una lástima que Némesis fuera su última novela, seguro
que tiene algo mejor guardado en el cajón del escritorio, algo que todavía no
nos ha contado, algo que cuando menos lo esperemos nos permitirá leerlo.
Mientras tanto dejémosle gruñir y chochear, claro que sí, tiene todo el
derecho. Abuelo, abríguese, que hace frío.
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