Benedetto
Croce dijo que todo el que habla, por el mero hecho de hablar, es un artista.
No sé si hay que generalizar tanto, ni estoy convencido de que eso se pueda
aplicar a la infinidad de charlatanes malintencionados que abundan en estos
tiempos, pero sí pienso que a veces el arte se encuentra más allá de los
ámbitos tradicionalmente delimitados para su expresión. El arte, o en este caso
la literatura, no concluye en el objeto artístico, sea una novela, un poema, un
relato, ni simplemente lo trasciende, sino que en muchas ocasiones el arte ni
siquiera necesita al objeto artístico para ser arte. La poesía es un acto y una
actitud, no solo son metros y versos, rimas y sinalefas; la poesía es una forma
de aproximación a la existencia, a la realidad, a lo cotidiano. Hay quien dice
que la literatura, que un libro, no puede cambiar el mundo y en general llevan
razón, salvo excepciones como la Biblia que lamentablemente cambió el mundo
para peor. Sin embargo, no se trata de cambiarlo, sino de ayudar a que cambie,
de darle un empujoncito. Empujones, actos, gritos de advertencia, versos, no
importa la modalidad, siempre será poesía vital. Un ejemplo de este arte, de
esta sensibilidad y de querer cambiar algo, es lo que está realizando el
escritor Willy Uribe desde el día once de diciembre. Ese día decidió ponerse en
huelga de hambre como protesta por la negativa del gobierno a conceder el
indulto a David Reboredo, un ex toxicómano rehabilitado que ha tenido que
ingresar en prisión por que hace años le vendió una papelina a otro
heroinómano. Willy no conoce personalmente a Reboredo, no le une nada con él,
pero siente una infinita empatía, una tremenda solidaridad con alguien que es
juzgado con mayor dureza por un error sin consecuencias cometido en el pasado
que otros recién indultados acusados de torturas, por no compararlo con esos
banqueros amigos del sistema que aunque arruinen un país
gozan del indulto automático antes de que siquiera se les juzgue. Dice Uribe
que él no es un suicida, ni un mártir, ni un héroe. No, no lo es; simplemente
es un poeta.
sábado, 29 de diciembre de 2012
miércoles, 12 de diciembre de 2012
GEORGE V. HIGGINS O EL DIÁLOGO
Si tapas la portada en la que
aparece el título y el autor, si no haces caso a la fecha de la primera
edición, si lees, solo lees, llegas a pensar que lo que tienes entre tus manos
es un magistral guión de Tarantino, para ser más exactos: el mejor guión que nunca hayas leído de
Tarantino. Sin embargo, no es así. Lo que tienes entre
las manos, lo que hay frente a tus ojos, es una novela titulada: Los amigos de Eddie Coyle. El autor no es
Tarantino, ni Scorsese, ni David Chase, es un tipo que nada tiene que ver con ellos, un tal George V. Higgins. Nació en Massachusetts en 1939, estudió en Stanford,
fue periodista, abogado, fiscal y profesor universitario. Que se sepa nunca fue gánster ni
transitó más de la cuenta por los bajos fondos y sin embargo fue capaz de crear
y transmitir un arquetipo de delincuente adoptado hoy en día por todos los
amantes del género negro: el mafioso bocazas. El tipo que no hace más que
hablar y hablar, mientras le da a la farlopa, mientras vacía el cargador de su
pistola, mientras le pega una paliza a otro o mientras se la pegan a él,
mientras folla con la Dolly de turno, mientras se derrumba sobre la barra del
bar después de haberse metido dos botellas de bourbon para el hígado. Hablar y
hablar, sin que nunca se les termine la cuerda, como si de un monologuista
espídico se tratara. Hablar y hablar para contarte su vida, la del otro, la de
todos, incluso la tuya. Hablar y hablar para ir construyendo una trama a
contraluz. Hablar y hablar sin necesidad de describir, eliminando el paisaje.
Hablar y hablar para jugar al despiste mientras te birla la cartera. Hablar y
hablar, nada más, es lo único que necesita Higgins. Una sucesión de diálogos magistralmente
encadenados para contarte una de las mejores historias policiacas que yo haya leído,
aunque al principio pensé que lo que tenía entre mis manos era un guión de Tarantino. Qué cosas.
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