Si tapas la portada en la que
aparece el título y el autor, si no haces caso a la fecha de la primera
edición, si lees, solo lees, llegas a pensar que lo que tienes entre tus manos
es un magistral guión de Tarantino, para ser más exactos: el mejor guión que nunca hayas leído de
Tarantino. Sin embargo, no es así. Lo que tienes entre
las manos, lo que hay frente a tus ojos, es una novela titulada: Los amigos de Eddie Coyle. El autor no es
Tarantino, ni Scorsese, ni David Chase, es un tipo que nada tiene que ver con ellos, un tal George V. Higgins. Nació en Massachusetts en 1939, estudió en Stanford,
fue periodista, abogado, fiscal y profesor universitario. Que se sepa nunca fue gánster ni
transitó más de la cuenta por los bajos fondos y sin embargo fue capaz de crear
y transmitir un arquetipo de delincuente adoptado hoy en día por todos los
amantes del género negro: el mafioso bocazas. El tipo que no hace más que
hablar y hablar, mientras le da a la farlopa, mientras vacía el cargador de su
pistola, mientras le pega una paliza a otro o mientras se la pegan a él,
mientras folla con la Dolly de turno, mientras se derrumba sobre la barra del
bar después de haberse metido dos botellas de bourbon para el hígado. Hablar y
hablar, sin que nunca se les termine la cuerda, como si de un monologuista
espídico se tratara. Hablar y hablar para contarte su vida, la del otro, la de
todos, incluso la tuya. Hablar y hablar para ir construyendo una trama a
contraluz. Hablar y hablar sin necesidad de describir, eliminando el paisaje.
Hablar y hablar para jugar al despiste mientras te birla la cartera. Hablar y
hablar, nada más, es lo único que necesita Higgins. Una sucesión de diálogos magistralmente
encadenados para contarte una de las mejores historias policiacas que yo haya leído,
aunque al principio pensé que lo que tenía entre mis manos era un guión de Tarantino. Qué cosas.
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