Me acerco a la librería en busca de una novedad fresquita para estos días de treinta y todos grados centígrados y lo único que encuentro son trilogías de thriller escandinavo, ejércitos de vampiros de todo tipo (desde los vampiadolescentes con problemas hormonales hasta los vampiros de verdad, esos que dan miedo de verdad, presentados por el polifacético Guillermo del Toro), novelas históricas continuación de otras (sino son continuadoras en la trama lo son en el marketing) que pronostican ventas impúdicas o más thriller escandinavo. Eso es todo. Nada más. Las editoriales se van de vacaciones o centran sus esfuerzos en la próxima campaña de libros de texto, afilando cuchillos y preparando las arcas y lo único que ofrecen son historias repetidas para llevarte a la tumbona de la playa. Podría haber rebuscado entre las estanterías y llevarme algo fresquito y de fácil digestión, hay títulos de sobra y de altísima calidad que se ajustan a eso que se llama “lecturas de verano”. Sin embargo yo quería algo nuevo, algo realmente fresco, tuve que deambular hasta la mesa de novedades infantiles, quién sabe por qué estaba allí, para encontrarme con la última entrega del archifamoso comic Naruto. Manga japonés, del bueno. Fresquito, fresquito, como un tinto de verano. Menos mal que nos queda el manga. Me voy con Naruto a la piscina a ver si se me ocurre una trama en la que pueda mezclar un vampiro con el clima escandinavo, un misterio histórico repetido y un ninja japonés.
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