Igual que sucede con las primeras novelas de infancia muchas de las cosas que uno escribe no las quiere recordar. Son escondidas en una vieja carpeta, en un cajón, en un archivo oculto en el disco duro del ordenador… Muchas de las cosas que uno escribe son horrendas, pésimas, un mero boceto de una idea absurda o un intento fallido de una pretensión mayor. Muchas de las cosas que uno escribe no quiere que nadie las lea porque no están acabadas, no están preparadas para una lectura. Esto le pasa a todos los que en algún momento han sentido el gusanillo de escribir, hayan conseguido ser escritores o nos quedemos en el intento. Los que nos quedamos en el intento, los que no logramos más que ser pretendientes a escritores, los que como mucho podemos considerarnos escribidores, no corremos ningún riesgo. Cuando nos den sepultura puede que alguien registre nuestras carpetas, es verdad, pude incluso que alguien lea lo que contienen nuestras carpetas X files y esa lectura servirá para evocarnos con cariño, nada más. El riesgo es para aquellos que consiguen el estatus de escritor. Las aves de rapiña, camufladas bajo el amor filial o marital, escondidas tras la exaltación de la amistad o cubiertas de las plumas coloristas del investigador literario que pretende mostrar al mundo su descubrimiento de la Octava Maravilla, buitres impúdicos con afán de cotillas de escalera, sacarán los trapos sucios de don Escritor, revelarán al mundo aquello que su autor quiso ocultar, no pudo terminar o simplemente no le dio la gana que nadie lo leyera. ¿Dónde quedan aquí los derechos de autor? ¿Dónde el derecho principal de cualquier autor que es el de compartir o no su obra con nadie? No hablo de casos como el de John Kennedy Toole quien intentó hasta el suicidio que alguien tuviera la bondad de publicar su maravillosa novela La conjura de los necios y que su madre continuó con ese propósito recorriendo los Estados Unidos de punta a punta. En ese caso había una clara voluntad de ser publicado. Hablo del caso Kafka, o del caso Carver o de otros miles de casos. El último es el de Julio Cortázar. Hace unas semanas Alfaguara ha publicado lo último de lo último de Cortázar en un libro titulado Papeles Inesperados. Pues si nadie los esperaba para qué fastidiar las intimidades de Cortázar. Supongo que hay que hacer caja en estos momentos de crisis, supongo que es el aniversario de Julio Cortázar… Estos Papeles Inesperados son el último caso de desclasificación unilateral de los documentos top secret de alguien a quien le dio por escribir, habrá más, seguro. Un consejo para todos los escritores, escribidores y para cualquiera que en algún momento de su vida ha puesto sobre un papel unas palabras sin demasiada convicción; compren un buen mechero.
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