El Premio Cervantes no se lo han dado al pueblo riojano de Matute, ni se lo han dado al oficial Matute de la serie don Gato, ni se lo han dado a Ana María Matute por ser Ana María; se lo han dado a Ana María Matute por ser escritora, por sus méritos literarios y por su contribución a la lengua y a la literatura en español. Digo esto porque parece que la noticia del premio no es la calidad de la obra de Matute sino la excepcionalidad de que el Cervantes lo obtenga una mujer. No hay más que mirar los titulares de estos días en plan: “la tercera mujer a la que le conceden el Cervantes” o “dieciocho años después una escritora vuelve a ganar el Cervantes”. Algo similar ha sucedido también con la recién académica Soledad Puértolas; más que sus méritos se valora su condición femenina. Supongo que este tipo de enfoques informativos tiene que ver con la máxima periodística que asegura que la noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro. No dudo de las buenas intenciones de los redactores culturales de este nuestro no-machista país, sin embargo creo que al resaltar a bombo y platillo que dichos parabienes literarios los han obtenidos dos distinguidas féminas se menosprecia la realidad de sus logros: su calidad. No creo que estos mismos redactores si llega el día en el que el Premio Cervantes recaiga en Gabriel García Márquez hagan hincapié en la condición genital del mismo, sino que alabarán sus cualidades y resaltarán la celebración con un enfático: ¡Por fin! Pues eso: ¡Por fin, Matute! Ya era hora. Y como ella misma ha declarado: ¡Soy feliz! Feliz de que le hayan dado el Cervantes.
viernes, 26 de noviembre de 2010
lunes, 15 de noviembre de 2010
EL TAXI DE VILA-MATAS
El Ave a Málaga tarda menos de tres horas y aunque se agradece tanta rapidez no deja de echarse de menos aquellos viajes interminables en tren en los que te daba tiempo a leer gruesas novelas, tipo Guerra y Paz, antes de llegar a tu destino. Teniendo presente estas velocidades meteóricas decidí meter en la mochila una novela corta, apenas un relato, que fuera capaz de terminar durante el viaje. Se trata de la última publicación de Vila-Matas: Perder Teorías. Leer a doscientos sesenta y cinco quilómetros por hora no aporta nada a la lectura, no hace mejor ni peor el libro, simplemente tienes que leer veloz si te has propuesto, como es mi caso, terminar el libro antes de llegar a la estación de María Zambrano. A Vila-Matas siempre le suceden cosas asombrosas en los taxis: pierde teorías, encuentra personajes, descubre que el taxista ha llevado unas horas antes a otro Enrique Vila-Matas, también escritor, al mismo destino al que él se dirige o se encuentra un alter ego con retranca a los mandos del vehículo. La relación de Vila-Matas con los taxistas tiene mucho de borgiana y esconde un profundo secreto: él siempre quiso ser taxista. Yo, que no suelo tomar taxis, cogí uno por ver si me sucedían esas cosas tan extraordinarias que le suceden al bueno de Enrique. Y suceden. Mi taxista tenía todas las teorías, las de las novelas y las de la vida en general. Era lector asiduo de Barthes y admirador de Julien Gracq y se pavoneaba de haber llevado una vez en el asiento trasero a Magris, abrigo incluido. Era un sabiondo mi taxista, lo único que no sabía era como llevarme a mi destino. ¿No conoce las calles de su ciudad? Le pregunté asombrado. La verdad es que soy de Lyon, me aclaró, es la primera vez que llevo un taxi en Málaga. Aquello era increíble, de todos los taxistas que había en Málaga me tiene que tocar uno de Lyon. Me acordé de Vila-Matas, de su peculiar relación con los taxis. No se preocupe, dije, demos vueltas hasta que aparezca la calle. Él respondió con absoluta seriedad que nunca se preocupaba por nada, salvo por el futuro de la novela. Un futuro muy negro, dijo. Fue entonces cuando me di cuenta, cuando pronunció esas palabras: ese taxista de Lyon, hoy en Málaga, era el mismo taxista que aparece en muchas de las novelas de Vila-Matas. El mundo es un pañuelo, me dije. Por cierto, le pregunté, no habrá encontrado usted últimamente alguna teoría, ¿verdad? Conozco a un tipo que va perdiendo las suyas en los taxis.
viernes, 5 de noviembre de 2010
SÓLO POR FASTIDIAR
A mí me parece estupendo que la ortografía, igual que todo en la vida, evolucione. De hecho yo rescataría aquello que dijo, aunque no dijo lo que dijo sino todo lo contrario, hace años el fundador de Macondo sobre la inutilidad de algunas normas ortográficas. Si quieren cortar las larguiruchas e inclinadas cabezas de las tildes, bravo; si quieren borrar las (h)aches silenciosas por aquello de a(h)orrar tinta, bravo; si quieren unificar las uves y las bes porque ya nadie utiliza los dientes para diferenciarlas, bravo. Y si quieren cambiar cualquier norma ortográfica, sea la que sea, incluida la que hace referencia a las tildes diacríticas, que lo hagan, por mi parte únicamente puedo decir: ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Y bravo! Ahora bien, lo que si pediría a los sabios de nuestra lengua, reunidos estos días en San Millán de la Cogolla, es que se decidan de una vez, que marquen las pautas y las reglas, que fijen e intenten dar esplendor, pero que no den vueltas y más vueltas siempre sobre lo mismo. Ahora quito, ahora pongo, ahora si se puede decir así, ahora no. Decídanse, tómenselo con calma, como hacen siempre, y cuando lo tengan claro determinen y fallen sobre tanta y tanta norma que luego tendremos que aprendernos. No nos cambien las reglas cada dos días, por favor, porque corren el riesgo de llenar el país de analfabetos que continuaremos escribiendo, aunque sea por fastidiar: sólo, con tilde.
Y, por favor, tampoco nos hagan comprarnos cada dos por tres nuevos manuales de ortografía o voluminosos diccionarios de dudas. Al menos saquen un pack de extensión del Pan(h)ispánico, igual que los videojuegos, donde se recojan las novedades, no sea que nos dé por pensar que en el fondo tanto cambio no se debe a otra cosa que al mero y simple interés comercial por vender nuevas ediciones de nuevos diccionarios de nuevas ortografías. So(´)lo eso.
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