El Premio Cervantes no se lo han dado al pueblo riojano de Matute, ni se lo han dado al oficial Matute de la serie don Gato, ni se lo han dado a Ana María Matute por ser Ana María; se lo han dado a Ana María Matute por ser escritora, por sus méritos literarios y por su contribución a la lengua y a la literatura en español. Digo esto porque parece que la noticia del premio no es la calidad de la obra de Matute sino la excepcionalidad de que el Cervantes lo obtenga una mujer. No hay más que mirar los titulares de estos días en plan: “la tercera mujer a la que le conceden el Cervantes” o “dieciocho años después una escritora vuelve a ganar el Cervantes”. Algo similar ha sucedido también con la recién académica Soledad Puértolas; más que sus méritos se valora su condición femenina. Supongo que este tipo de enfoques informativos tiene que ver con la máxima periodística que asegura que la noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro. No dudo de las buenas intenciones de los redactores culturales de este nuestro no-machista país, sin embargo creo que al resaltar a bombo y platillo que dichos parabienes literarios los han obtenidos dos distinguidas féminas se menosprecia la realidad de sus logros: su calidad. No creo que estos mismos redactores si llega el día en el que el Premio Cervantes recaiga en Gabriel García Márquez hagan hincapié en la condición genital del mismo, sino que alabarán sus cualidades y resaltarán la celebración con un enfático: ¡Por fin! Pues eso: ¡Por fin, Matute! Ya era hora. Y como ella misma ha declarado: ¡Soy feliz! Feliz de que le hayan dado el Cervantes.
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