A mí me parece estupendo que la ortografía, igual que todo en la vida, evolucione. De hecho yo rescataría aquello que dijo, aunque no dijo lo que dijo sino todo lo contrario, hace años el fundador de Macondo sobre la inutilidad de algunas normas ortográficas. Si quieren cortar las larguiruchas e inclinadas cabezas de las tildes, bravo; si quieren borrar las (h)aches silenciosas por aquello de a(h)orrar tinta, bravo; si quieren unificar las uves y las bes porque ya nadie utiliza los dientes para diferenciarlas, bravo. Y si quieren cambiar cualquier norma ortográfica, sea la que sea, incluida la que hace referencia a las tildes diacríticas, que lo hagan, por mi parte únicamente puedo decir: ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Y bravo! Ahora bien, lo que si pediría a los sabios de nuestra lengua, reunidos estos días en San Millán de la Cogolla, es que se decidan de una vez, que marquen las pautas y las reglas, que fijen e intenten dar esplendor, pero que no den vueltas y más vueltas siempre sobre lo mismo. Ahora quito, ahora pongo, ahora si se puede decir así, ahora no. Decídanse, tómenselo con calma, como hacen siempre, y cuando lo tengan claro determinen y fallen sobre tanta y tanta norma que luego tendremos que aprendernos. No nos cambien las reglas cada dos días, por favor, porque corren el riesgo de llenar el país de analfabetos que continuaremos escribiendo, aunque sea por fastidiar: sólo, con tilde.
Y, por favor, tampoco nos hagan comprarnos cada dos por tres nuevos manuales de ortografía o voluminosos diccionarios de dudas. Al menos saquen un pack de extensión del Pan(h)ispánico, igual que los videojuegos, donde se recojan las novedades, no sea que nos dé por pensar que en el fondo tanto cambio no se debe a otra cosa que al mero y simple interés comercial por vender nuevas ediciones de nuevos diccionarios de nuevas ortografías. So(´)lo eso.
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