Son muchos, muchísimos, los libros publicados sobre el vicio de escribir. Los hay pretenciosos, simples, básicos, ingeniosos, petardos, irónicos, superficiales, terriblemente profundos, semióticos, neuróticos, plomazos, desternillantes, teóricos, prácticos, sensibleros y principalmente: inútiles. Sí, todos esos que se autodenominan manuales o guías para aprender a escribir y que incluyen en su portada o, lo que es peor, en su interior, frases-eslogan del tipo: aprende a escribir en diez capítulos, cómo se fabrica un best-seller, conviértete en un escritor y otras patochadas al uso son, una mierda, por inútiles y por obvios, porque la mierda es eso: inútil y obvia. Al menos no son dañinos, dirá alguien. Es verdad, no causan dolor, no demasiado, si acaso algo de dentera y casi siempre mucha risa floja al leer los consejos y/o trucos que se les da a todos aquellos que piensan que escribir es como construir la maqueta naval del coleccionable de turno. Yo no sé si se nace o se hace uno escritor, pero sí sé que es algo que no se aprende asistiendo a unas clases magistrales ni por la mera repetición mecánica de tal o cual movimiento técnico-teórico, porque lo esencial para esto de escribir no es otra cosa que tener ganas de hacerlo, más que ganas, una necesidad imperiosa, es decir: ser un auténtico yonki. Y uno escribe y escribe y escribe, sin más. Más tarde llegarán los resultados, un buen día aquello que escribes te convencerá (que es lo más importante aunque muchos piensen que hay que convencer a otros, esos otros llamados lectores) y quizás se lo dejes leer a alguien y quizás te digan que es bueno y quizás te atrevas a enviarlo a algún sitio y quizás te lo publiquen. O no. Puede que nunca te publiquen nada, nunca se sabe. Pero eso no importará porque seguirás sufriendo esa necesidad, las insaciables ganas de seguir escribiendo y te importará todo una mierda (inútil y obvia), que guste o no guste, que te lean o no. Qué se jodan, pensarás, porque lo tuyo es puro vicio y nada más.
Para lo único que sirven algunos libros sobre esto de escribir es para comprobar que otros han pasado por las mismas o parecidas vicisitudes que tú, que han tenido los mismos miedos, complejos o dudas. Igual que en una de esas reuniones de alcohólicos anónimos: Hola, soy Marcel Proust y soy escritor, confesará compungido un tipo sobre una tarima mientras esconde, con las manos en la espalda, una tierna magdalena. Estás jodido, tío, muy jodido, pensaremos el resto de los asistentes, muy jodido, pero aplaudiremos por aquello de hacer piña, que no se sienta solo el bueno de Proust. Y así nos reconfortaremos todos en nuestras miserias compartidas, no idénticas, porque no a todos nos dicen algo las magdalenas, pero similares al fin y al cabo. Menciono aquí dos libros, dos orfidales que sirven para no sentirse tan solo en este puñetero vicio: El arte de la ficción, de David Lodge (Ediciones Península) y Un arte espectral, de Norman Mailer (Planeta).
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