He pasado por Astorga y he paseado por la casa de los
Panero. Es una casa triste, una casa con resaca, con demasiados litros de
alcohol derramados en sus tabiques. La esperaba en blanco y negro, como en la
película de Chávarri y pensé que en el patio me encontraría con Felicidad, ella
también en blanco y negro, y fumando al lado de Juan Luis, de Michi y de Leopoldo
María; todos fumando, hasta la estatua a la que taparon por fea fumaría. Eso es
lo que yo esperaba, porque había visto la película, claro. Pero de aquello ya
no queda nada. No, la casa es más que nunca ese agujero llamado Nevermore del
que nos ha hablado a menudo Leopoldo María, un Nevermore profundo, desolado y
con innumerables ecos psicóticos. Dicen que ahora quieren reabrir la casa, la
casa de los Panero, para quitarle la resaca anquilosada y convertirla en un
museo más de esos que tanto abundan. Un museo, de qué. Un museo, para qué. Y el
precursor de la brillante idea, abstemio él, asegura que Leopoldo (el
patriarca) puede que fuera un mal padre, pero fue un hombre de palabra, un hombre de honor.
Así se jusifican las grandezas, está claro, al menos así la justifica el
comedor de mantecados este, con su voz de castellano viejo, más preocupado por
la honra que por el legado que un padre deja a sus hijos. Y luego añade que
Leopoldo (el patriarca) tampoco fue fascista. Entonces, qué fue. Franquista,
será eso. Pues nada, que reabran la casa y que aprovechen el tirón de Gaudí
para seguir engañando a los turistas, al menos los mantecados están ricos, muy
ricos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario