A orillas del Sil llega la noticia de la muerte de Carlos
Fuentes y a uno solo le queda la opción de escupir un rotundo ¡Mierda!, poco
panegírico, pero bastante sentido. Apenas hace tres días le hicieron una
entrevista en El País en la que hablaba de su última novela, esa que ya será
póstuma, de su futura novela, esa que alguien terminará de escribir por él y
advertía, premonitoriamente, que a cierta edad o te mantienes joven o se te
lleva la chingada. ¡Mierda! Repito. Los cánones le incluyen en eso que llaman
el boom, en el realismo mágico y en otras no se sabe cuántas monsergas. Otros
discutirán sobre si es el mejor escritor mexicano de todos los tiempos, o si lo
es Rulfo, o si lo es Hernán Cortés, o si lo es Pitol (esto lo digo yo),
discusiones estériles cuando cualquiera sabe que el mejor escritor mexicano de
todos los tiempos es el tipo que se inventó lo del calendario maya. Otros le
incluirán en la santificación de los escritores comprometidos, los críticos, y
alabarán con aplausos y vítores su visión, condicionada como la de cualquiera,
del México actual sin prestar demasiada atención a la belleza de su sintaxis. Y
mientras esto sucede, otros nos quedaremos sin saber claramente que pasó con
Artemio Cruz. Y mientras esto sucede, otros esperaremos, sin saberlo, a las
puertas de La región más transparente. Y mientras esto sucede, otros sabremos
que allí, en lo más alto, sentadito en La silla del águila, estará él: Carlos
Fuentes.
Mierda, compadre. Se te acabó la tinta, se te llevó la
chingada.
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