He tardado tiempo en descubrirlo,
reconozco que soy un completo despistado, pero finalmente me he dado cuenta:
Luisgé Martín es ese tipo que se cuela en las fotografías de los demás, sí, esa
cara que de pronto descubres un día tras tu posado más natural junto a tu
pareja, con el monumento de turno de fondo, en un atardecer perfecto. ¿Quién es
este? ¿Qué hace aquí? Pues es Luisgé Martín, ya lo saben. Tiene cara de buen
tipo, vale, lo reconozco. Es un buen tipo, vale, hasta donde sé lo es. Escribe
estupendamente, vale, es cierto. Sin embargo, a mí me da miedo. Cuánto sabe
Luisgé. Por qué lo sabe. Desde dónde te espía Luisgé. Quién es realmente
Luisgé. Un escalofrío recorre mi espalda ante estos interrogantes. Hace tiempo
leí Los amores confiados y página a
página era como si alguien fuera desgranando mi vida, mis inquietudes, no mis
experiencias sino lo profundo de las vivencias, como quien pasa por un tamiz
las anécdotas y te deja un destilado con más graduación que la dichosa absenta,
con un concentrado de ti mismo que, vale, lo lees, sí, y quieres más, de
acuerdo, y otra, la penúltima dices, pero la botella no tiene fin y tú tragas y
tragas hasta que al día siguiente amaneces con la sensación de haber pasado una
noche entera en un tiovivo descarrilado y con una resaca de ti mismo, insoportable.
¡Joder! Maldices. Quién me mandó a mí leer nada del tipo este. Nadie, pero es que
tiene cara de buen tipo. Claro, será eso. Pasa el tiempo y a este buen tipo le
da por escribir otra novelita, Las manos
cortadas, que va sobre Allende, aunque realmente no va sobre Allende, o sí,
o no, o al contrario, bueno, es lo mismo. Bien, ya está, dije. A mí los muertos
en los hoteles ni de lejos y con Allende poco tengo que ver, salvo el orgullo
del resistente. Bien, dije. Estupendo. La novela también era estupenda. Claro.
Estupendo, me repetí, por si no había quedado claro la primera vez.
Maravilloso. Mucho más contundente. Parece que Luisgé se ha olvidado de mí y
continúa con su vida. Así parecía cuando le otorgaron el Premio del Tren con Los años más felices. Vale, sonreí. Yo y
el tren… Nada, que desde que han quitado los nocturnos y los regionales, desde
que no existe el tren correo y todo es Ave, yo al autobús. Así que confiado volví
a decir aquello de: Maravilloso. Se me llena la boca cuando lo digo:
Ma-ra-vi-llo-so, pruébenlo. Pero qué majete que es Luisgé. Y por fin se ha
olvidado de mi vida. Sí…
Contento que andaba yo, ufano,
risueño… Hasta que este año, allá por la primavera… volvió… Sí, volvió a
colarse en una de mis fotos, volvió a hurgar en las profundidades adormiladas
de mi subconsciente, en los recuerdos transfigurados, en las vivencias
orfidaladas, en ese yo que no soy yo, pero que es más yo que mi yo o que el yo
que otros ven… Sí, volvió… La mujer
sombra, lo titula, claro, claro… Y es que encima tiene cara de buen tipo…
Pero no se fíen… La mujer sombra… Los
dos sabemos muy bien como se llama… Miedo me das, Luisgé. Eso sí, la novela,
estupenda. De verdad, estupenda. Maravillosa, eso.
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