Fernando León de Aranoa es cineasta, no le ha quedado más
remedio naciendo como nació en pleno siglo XX. Sin embargo, no puede disimular
su verdadera vocación de buscador de dragones, una profesión ya olvidada que
quedó sepultada bajo las ruinas de aquel mundo llamado Fantasía. No hay más que
observarle para descubrir los restos del rastreador de dragones: su barba de
montaraz, su melena aventurera y díscola, protegido siempre tras una cámara
cual escudo hechizado y con la espada de los diálogos siempre afilada. Dragón,
según la Wikipedia (que alguna vez acierta), viene del griego δράκων (drákōn),
que parece derivar (siempre citando esa fuente inagotable) de δρακεῖν "ver claramente". Eso es lo que
busca León de Aranoa recorriendo la geografía humana, olfateando sentimientos,
reconociendo huellas marcadas en la memoria: “ver claramente”.
Entre plano y plano, aprovechando el haz difuso de algún
foco, o a contraluz, este director de cine ha encontrado tiempo para ir
escribiendo pequeñas piezas literarias que ahora reúne bajo el título Aquí yacen dragones. Ciento trece
relatos, algunos muy cortos, otros muy poco largos, que sirven para que este
buscador de dragones continúe llevándonos por esa travesía romántica y humana,
más allá de los márgenes del mapa, más allá de ese punto que a modo de
advertencia se marcaba antiguamente con la sobrecogedora y a su vez atrayente
frase: aquí yacen dragones.
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