Que Murakami, pesado y constante,
haya sacado un nuevo libro no es noticia, nos tiene acostumbrados a un par de
libros o un par de trilogías al año. Que Murakami arrase en su Japón natal donde
legiones de fanáticos disfrazados de muñecos de peluche ansían las narraciones onanísticas de su
genio literario con las mismas ganas que esperan el último número de Once Piece
tampoco es noticia. La noticia está en que esta última novela del autor nipón
haya conseguido terminar con las existencias en las casas de discos de las
obras de Franz Liszt, especialmente con las suites para piano recogidas bajo el
título Années de Pèlerinage. Repito: agotados en
Japón los discos que recogen las obras del compositor húngaro Franz Liszt. Y es
que cuando los japoneses se obsesionan con algo no hay quien les detenga,
arrasan con ello (véase las ballenas, por ejemplo). Haruki Murakami no solo
toma prestado del compositor húngaro el título El
descolorido Tsukuru Tazaki y sus años de peregrinación, sino que a lo largo de
sus páginas desmenuza hasta la extenuación las partituras interpretadas por
Lazar Berman, pianista ruso, en una grabación de 1977. ¿Merecerá la pena esta
nueva novela de Murakami? Me temo que será más de lo mismo: un adulto cuarentón
que en plena crisis existencial recordará su adolescencia atribulada, o una
infancia difícil por no tener un nombre con significado cromático, esos temores
e incertidumbres que nos asaltan según vamos comprendiendo en qué consiste esto
de vivir; el despertar de la sexualidad, con especial atención a la
masturbación; alguna jovencita introvertida o extrovertida; lecturas; planes
rotos; y una banda sonora que sirve para dotar de melancolía al relato, en este
caso Franz Liszt. Murakami es de esos escritores que sostienen que uno debe de
escribir sobre aquello que conoce y por eso escribe sobre sí mismo una y otra
vez. O puede que sea todo lo contrario; que escriba sobre sí mismo para ver si
consigue comprenderse y encontrarse de una santa vez. Cualquiera de las dos
opciones es válida, incluso habitual y por supuesto recurrente, el problema es
que sus lectores ya le conocemos lo suficiente, porque con Liszt o con los
Beatles, Haruki Murakami se repite. Y no, no he leído aún esta nueva novela y sí, lo haré, pero me
temo que será más de lo mismo. Eso sí, al menos, hay que agradecerle que nos
haga recordar las partituras de ese genio, tan alejado de los gustos japoneses,
como fue Franz Liszt.
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