Desde el año 2005 no había escrito ninguna novela y aquella El cielo de Madrid, resultó un tanto
floja, algo desorientada, como un
ejercicio de terapia hecho al calor de una cachimba, un desparrame artístico
existencial con brochazos biográficos que quería contarlo todo, pero que por
momentos pecaba de exceso de interioridad y a veces deambulaba por paisajes
simplones pintados con tonos pastel.
Después ha seguido con otros géneros como los estupendos relatos recopilados en
Tanta pasión para nada (2011), o algún
libro de viajes, o sus artículos periodísticos. Sin embargo, somos muchos los
que esperábamos recuperar el placer de leer al Julio Llamazares de Tierra de lobos o de La lluvia amarilla. Hemos tenido que
esperar, es verdad, pero aquí está: Las
lágrimas de San Lorenzo (Alfaguara). Un libro que habla sobre la soledad, sobre la
memoria, sobre las relaciones de un padre y un hijo que contemplan en una noche
de agosto esa lluvia de estrellas, las Perseidas. Estrellas fugaces que sirven
como metáfora de los anhelos y las desilusiones, los deseos y las pérdidas, los encuentros y los desencuentros.
Vuelve Llamazares a hablarnos de la memoria, que es su paisaje natural, con esa
lluvia, ya sea de estrellas, ya sea amarilla, siempre poética, que nos cala
hasta lo más profundo y esa mirada suya tan certera, como de lobo, de lobo escondido en las
profundidades del bosque, lobo que observa lo que sucede allá, aquí, abajo, en
el valle para luego aullarlo a la luna, en negro sobre blanco. Gracias por
volver, Julio.
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