Llamadme Ismael. Llamadle Jon
Bilbao. No importa quién se esconda bajo la firma, no importa que no sea de
Bilbao. No importa que use la foto de otro para aparecer en las portadas de sus
libros. No importa, por mucho que cite a Shakespeare
o a Melville o Whitman, que sus verdaderas influencias sean los cómics de Marston y compañía. No importa una
mierda. Este tipo, un embaucador que empezó su vida escarbando en las minas
asturianas y que desconoce por completo el noble arte de las traineras, escribe
con vientos alisios, en constante buen rumbo, con las velas hinchadas. No para,
sigue su travesía con rumbo norte, siempre norte. En su última novela Shakespeare y la ballena (Tusquets), ficciona sobre un William Shakespeare pasajero de un
barco con rumbo a Dinamarca (Oh, Hamlet)
y el encuentro casual con una ballena blanca, todo un leviatán que inspirará al
portento del Globe una epopeya sobre
la lucha del ser humano contra sus propios miedos, una epopeya que siglos más
tarde le plagiaría Melville, o es Jon Bilbao quien plagia a Shakespeare y a Melville. O no, o nadie plagia a nadie porque la ballena, como mito
ya aparece en la Biblia (con un tal Jonás). No se trata de plagios ni
influencias, aunque algunos quieran leerlo así, subidos a sus cofas de grumetes
creen adivinar que la novela de marras habla de la influencia del inglés en el
yanqui, pero no es así, de lo que trata Shakespeare
y la ballena es del proceso creativo, de cómo las vivencias interactúan con
la ficción literaria, de cómo todo influye de manera consciente e inconsciente.
Yo estoy convencido que esta idea, tan metaliteraria, se le ocurrió a Jon observando, un buen día, allá en la
Ría, una vulgar y triste sardina. Y de una sardina a una ballena, solo hay un
salto, una cuestión de volumen y por supuesto, mucho oficio, buenas artes de
marinera y de eso Jon Bilbao tiene
de sobra. ¡Buen rumbo, Capitán, oh capitán!
domingo, 15 de septiembre de 2013
jueves, 6 de junio de 2013
TOM SHARPE, UNA ÚLTIMA BROMA
Hoy me he despertado con la
noticia en todos los periódicos de la muerte de Tom Sharpe. Sin embargo, yo sé que es mentira. Sharpe no ha muerto, Sharpe
ha fingido su muerte como haría Wilt al
simular el asesinato de su esposa. Ahora mismo me lo imagino tendido al sol en
una de las inaccesibles calas de la Costa Brava muriéndose de risa ante tanto
panegírico. Seguro que ha dejado una nota amenazando con que su cadáver se encuentra
triturado, cual carne picada, en una de las muchas fábricas de butifarra de la
zona y probablemente cuando vayan a incinerarle este fin de semana lo qué encuentren
dentro del ataúd no sea más que un esperpéntico muñeco hinchable. Tom
Sharpe no ha muerto, es todo una broma macabra de las que tanto gustaba el
escritor británico. El padre de Wilt
no puede morir, adquirió la inmortalidad con aquella ácida y desternillante Reunión tumultuosa, su primera novela,
antes de que inventara al descabellado Wilt
y para mi gusto su mejor novela, llena de crítica social hacia el apartheid sudafricano y de un humor
negro, en sentido literal y figurado, tremendo. Como muestra de su peculiar
sentido del humor, tan british él, un fragmento de las primeras páginas de Reunión tumultuosa:
─ Acabo de
asesinar a mi cocinero zulú─ gruñó la señorita
Hazelstone.
─ Eso es lo
que dije─ dijo Els, conciliatorio─.
Que quiere usted informar de la muerte de un negro.
─ Yo no
quiero hacer nada de eso. Le he dicho que acabo de asesinar a Cinco Peniques.
Els lo intentó de nuevo.
─ La pérdida
de Cinco Peniques no constituye un asesinato.
─ Cinco Peniques
era mi cocinero.
─ Matar a un
cocinero tampoco constituye un asesinato.
─ ¿Qué es
entonces un asesinato?─ La seguridad de la
señorita Hazelstone en su propia culpa
comenzaba a tambalearse ante el diagnóstico favorable del Konstabel Els.
─ Matar a un
cocinero blanco puede ser asesinato. Es improbable, pero puede ser. Pero matar
a un cocinero negro no. Bajo ninguna circunstancia. Matar a un cocinero negro
se considera defensa propia, homicidio justificado o eliminación de basura─
Els se permitió una risilla─ ¿Ha probado usted en
llamar al departamento de higiene?─ preguntó.
Y esto es solo el comienzo de esta estupenda novela. No, Tom Sharpe no ha muerto, es otra broma
de las suyas.
viernes, 24 de mayo de 2013
LLAMAZARES, VUELVEN LAS LLUVIAS Y EL LOBO
Desde el año 2005 no había escrito ninguna novela y aquella El cielo de Madrid, resultó un tanto
floja, algo desorientada, como un
ejercicio de terapia hecho al calor de una cachimba, un desparrame artístico
existencial con brochazos biográficos que quería contarlo todo, pero que por
momentos pecaba de exceso de interioridad y a veces deambulaba por paisajes
simplones pintados con tonos pastel.
Después ha seguido con otros géneros como los estupendos relatos recopilados en
Tanta pasión para nada (2011), o algún
libro de viajes, o sus artículos periodísticos. Sin embargo, somos muchos los
que esperábamos recuperar el placer de leer al Julio Llamazares de Tierra de lobos o de La lluvia amarilla. Hemos tenido que
esperar, es verdad, pero aquí está: Las
lágrimas de San Lorenzo (Alfaguara). Un libro que habla sobre la soledad, sobre la
memoria, sobre las relaciones de un padre y un hijo que contemplan en una noche
de agosto esa lluvia de estrellas, las Perseidas. Estrellas fugaces que sirven
como metáfora de los anhelos y las desilusiones, los deseos y las pérdidas, los encuentros y los desencuentros.
Vuelve Llamazares a hablarnos de la memoria, que es su paisaje natural, con esa
lluvia, ya sea de estrellas, ya sea amarilla, siempre poética, que nos cala
hasta lo más profundo y esa mirada suya tan certera, como de lobo, de lobo escondido en las
profundidades del bosque, lobo que observa lo que sucede allá, aquí, abajo, en
el valle para luego aullarlo a la luna, en negro sobre blanco. Gracias por
volver, Julio.
sábado, 11 de mayo de 2013
¿SON MERCADOS O SON MOLINOS?
Esta ilustración de LeRaúl llena de sarcasmo y acidez me
parece sensacional para reflejar el momento actual de crisis que nos están
obligando a vivir. Por un lado plantea, o a mi me hace reflexionar, sobre la
situación económica global marcada por unos mercados que actúan como aquellos
gigantes de El Quijote, seres fantásticos, imprevisibles y devastadores, unos
mercados que nadie ve salvo los expertos macroeconómicos o los gobiernos de
turno, unos mercados que a nosotros, los aldeanos de a pie, nos siguen
pareciendo molinos, nada más que molinos o más castizamente: chorizos. Al mismo tiempo, porque todo está
relacionado, LeRaúl pone en tinta, la situación laboral del país, con una
reforma laboral salvaje que permite despidos, EREs y reajustes de plantilla de
forma indiscriminada y sin más justificación que mantener el nivel de
beneficios de la patronal de turno. Aquí ya se despide a cualquiera, sin
contemplaciones, hasta el mismísimo Don Quijote acabaría despidiendo al bueno
de Sancho Panza. Y por último, a nivel literario, no sé si queriendo o sin
querer, LeRaúl entra de lleno en la polémica suscitada por el último
ensayo de Luis Goytisolo en el que diagnostica el fin de
la novela. No sé si por pudor o por falta de inspiración la frase: Amigo Sancho,…está despedido, no la ha
incluido Goytisolo en su galardonado panfleto apocalíptico, pero es la síntesis
de su hipótesis.
LeRaúl es un ilustrador bloguero http://ysinosquitanlobailao.blogspot.com.es/, que ha dado el salto al papel recientemente
con un libro recopilatorio de sus dibujos editado por Autsaider Cómics y que
mantiene el mismo título: ¿Y si nos quitan lo baliao? Una colección de viñetas
mordaces que recuerdan ligeramente a El Roto, pero con un toque más kitch. Un
libro para reírse como cuando te cuentan un buen chiste, porque ya se sabe que
los mejores chistes son aquellos que cuentan la verdad.
miércoles, 1 de mayo de 2013
MURAKAMI TOCANDO A LISZT
Que Murakami, pesado y constante,
haya sacado un nuevo libro no es noticia, nos tiene acostumbrados a un par de
libros o un par de trilogías al año. Que Murakami arrase en su Japón natal donde
legiones de fanáticos disfrazados de muñecos de peluche ansían las narraciones onanísticas de su
genio literario con las mismas ganas que esperan el último número de Once Piece
tampoco es noticia. La noticia está en que esta última novela del autor nipón
haya conseguido terminar con las existencias en las casas de discos de las
obras de Franz Liszt, especialmente con las suites para piano recogidas bajo el
título Années de Pèlerinage. Repito: agotados en
Japón los discos que recogen las obras del compositor húngaro Franz Liszt. Y es
que cuando los japoneses se obsesionan con algo no hay quien les detenga,
arrasan con ello (véase las ballenas, por ejemplo). Haruki Murakami no solo
toma prestado del compositor húngaro el título El
descolorido Tsukuru Tazaki y sus años de peregrinación, sino que a lo largo de
sus páginas desmenuza hasta la extenuación las partituras interpretadas por
Lazar Berman, pianista ruso, en una grabación de 1977. ¿Merecerá la pena esta
nueva novela de Murakami? Me temo que será más de lo mismo: un adulto cuarentón
que en plena crisis existencial recordará su adolescencia atribulada, o una
infancia difícil por no tener un nombre con significado cromático, esos temores
e incertidumbres que nos asaltan según vamos comprendiendo en qué consiste esto
de vivir; el despertar de la sexualidad, con especial atención a la
masturbación; alguna jovencita introvertida o extrovertida; lecturas; planes
rotos; y una banda sonora que sirve para dotar de melancolía al relato, en este
caso Franz Liszt. Murakami es de esos escritores que sostienen que uno debe de
escribir sobre aquello que conoce y por eso escribe sobre sí mismo una y otra
vez. O puede que sea todo lo contrario; que escriba sobre sí mismo para ver si
consigue comprenderse y encontrarse de una santa vez. Cualquiera de las dos
opciones es válida, incluso habitual y por supuesto recurrente, el problema es
que sus lectores ya le conocemos lo suficiente, porque con Liszt o con los
Beatles, Haruki Murakami se repite. Y no, no he leído aún esta nueva novela y sí, lo haré, pero me
temo que será más de lo mismo. Eso sí, al menos, hay que agradecerle que nos
haga recordar las partituras de ese genio, tan alejado de los gustos japoneses,
como fue Franz Liszt.
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