Se fue sin aspavientos, con tranquilidad.
Pidió a la familia, a su mujer Olga,
que no se diera a conocer su muerte hasta que le hubieran convertido en
cenizas, pidió morir con los suyos, sin circos mediáticos. Ahora, desde ayer,
abundan los panegíricos y los halagos, se los merece todos y todos se quedan
cortos. No diré que le conocí, pero pasé una tarde disfrutando de una charla
con él. Me reí mucho, me enseñó más. Podría, debería, escribirse un libro
entero y no solo una modesta entrada de blog dedicado a su persona, a su obra y
a sus reflexiones, pero eso sería contrariar su voluntad de que le dejaran en
paz. Sin embargo, no puedo evitar recoger aquí unas palabras suyas de ese maravilloso
libro-conferencia
que escribió junto a Olga, Escribir es vivir, unas palabras que a
mi parecer resumen su filosofía vital e intelectual:
No sé qué decir. Sencillamente.
(Breve pausa)
No vengo aquí a hacer exhibicionismo personal ni publicidad de la obra.
Vengo esencialmente a dos cosas. Una de ellas es la misma que me mueve a
escribir: la de descubrirme a mí mismo para descubrir a otros y para
encontrarnos todos, para vivir más. Es lo que trataré de demostrar a lo largo
de estos días. Y para ello utilizaré mi propia vida porque, tal como les
explicaré, no es posible establecer barreras entre la vida y la obra de un
escritor sincero.
No tengo más que añadir: “No sé
qué decir. Sencillamente.” Gracias, Sampedro.
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