Le han dado el Nacional de la Letras a Rafael Sánchez Ferlioso. Recuerdo que en mis tiempos de instituto me obligaron a leer El Jarama, no recuerdo nada del libro. Sé que olvidé la trama y al autor apenas cerré el libro, ni siquiera estoy seguro de haber terminado la lectura. Una muestra más de la tenacidad del sistema educativo contra el fomento del hábito de lectura. Un desastre, vamos. Recuerdo que muchos años después volví a encontrarme con el nombre de Sánchez Ferlosio en la novela Soldados de Salamina, de Javier Cercas. No es uno de sus protagonistas, lo es el padre de Sánchez Ferlosio, Sánchez-Mazas. Sin embargo me llamó la atención saber que el autor de aquel libro tan áspero en mi adolescencia era hijo de un fundador de la Falange. Siempre me han llamado la atención los hijos que se oponen frontalmente al padre, los hijos que deciden olvidar la carga genética y buscar su propio camino. Me interesé por Sánchez Ferlosio y descubrí que había abandonado la narrativa para centrarse más en el ensayo y especialmente en el estudio de la lingüística. El año pasado leí God & Gun, un libro sobre la violencia en la historia, sobre las religiones, sobre los fanatismos, un libro que me hizo redescubrir a Sánchez Ferlosio. Él dice que ya no quiere escribir más novelas, dice que le da “pereza”. No importa, que escriba lo que le dé la gana, que siga escribiendo, que no deje de escribir y si es para plantearnos sus lúcidas reflexiones mejor. Yo, ahora que lo conozco sin imposiciones, le leeré siempre. Y dentro de poco, quizá, me decidiré a volver a empezar aquella odiada novela de mi adolescencia.
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