viernes, 18 de mayo de 2012

SE LO LLEVÓ LA CHINGADA


A orillas del Sil llega la noticia de la muerte de Carlos Fuentes y a uno solo le queda la opción de escupir un rotundo ¡Mierda!, poco panegírico, pero bastante sentido. Apenas hace tres días le hicieron una entrevista en El País en la que hablaba de su última novela, esa que ya será póstuma, de su futura novela, esa que alguien terminará de escribir por él y advertía, premonitoriamente, que a cierta edad o te mantienes joven o se te lleva la chingada. ¡Mierda! Repito. Los cánones le incluyen en eso que llaman el boom, en el realismo mágico y en otras no se sabe cuántas monsergas. Otros discutirán sobre si es el mejor escritor mexicano de todos los tiempos, o si lo es Rulfo, o si lo es Hernán Cortés, o si lo es Pitol (esto lo digo yo), discusiones estériles cuando cualquiera sabe que el mejor escritor mexicano de todos los tiempos es el tipo que se inventó lo del calendario maya. Otros le incluirán en la santificación de los escritores comprometidos, los críticos, y alabarán con aplausos y vítores su visión, condicionada como la de cualquiera, del México actual sin prestar demasiada atención a la belleza de su sintaxis. Y mientras esto sucede, otros nos quedaremos sin saber claramente que pasó con Artemio Cruz. Y mientras esto sucede, otros esperaremos, sin saberlo, a las puertas de La región más transparente. Y mientras esto sucede, otros sabremos que allí, en lo más alto, sentadito en La silla del águila, estará él: Carlos Fuentes.
Mierda, compadre. Se te acabó la tinta, se te llevó la chingada.

domingo, 6 de mayo de 2012

LA CASA DE LOS PANERO


He pasado por Astorga y he paseado por la casa de los Panero. Es una casa triste, una casa con resaca, con demasiados litros de alcohol derramados en sus tabiques. La esperaba en blanco y negro, como en la película de Chávarri y pensé que en el patio me encontraría con Felicidad, ella también en blanco y negro, y fumando al lado de Juan Luis, de Michi y de Leopoldo María; todos fumando, hasta la estatua a la que taparon por fea fumaría. Eso es lo que yo esperaba, porque había visto la película, claro. Pero de aquello ya no queda nada. No, la casa es más que nunca ese agujero llamado Nevermore del que nos ha hablado a menudo Leopoldo María, un Nevermore profundo, desolado y con innumerables ecos psicóticos. Dicen que ahora quieren reabrir la casa, la casa de los Panero, para quitarle la resaca anquilosada y convertirla en un museo más de esos que tanto abundan. Un museo, de qué. Un museo, para qué. Y el precursor de la brillante idea, abstemio él, asegura que Leopoldo (el patriarca) puede que fuera un mal padre, pero  fue un hombre de palabra, un hombre de honor. Así se jusifican las grandezas, está claro, al menos así la justifica el comedor de mantecados este, con su voz de castellano viejo, más preocupado por la honra que por el legado que un padre deja a sus hijos. Y luego añade que Leopoldo (el patriarca) tampoco fue fascista. Entonces, qué fue. Franquista, será eso. Pues nada, que reabran la casa y que aprovechen el tirón de Gaudí para seguir engañando a los turistas, al menos los mantecados están ricos, muy ricos.