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sábado, 26 de febrero de 2011

NO HACE FALTA LEER


No es necesario leer para hablar de libros. Esta es una afirmación de la que todos, en mayor o menor medida, hemos participado. Cualquiera ha hablado de lo que no conoce en algún momento (ahí están los economistas, sin ir más lejos) y los libros no escapan a este vicio  tan humano de opinar. En la última entrada de este blog comentaba el propósito de leer, de una vez, En busca del tiempo perdido, sin embargo, esta carencia lectora no me impide opinar sobre la novela de Proust, son tantas las referencias, los comentarios y las críticas sobre su obra que puedo tener una idea fiel y contrastada de las magdalenas proustianas y su fundamental aportación a la literatura universal. Lo mismo sucedería con el Ulises de Joyce o con Guerra y Paz de Tolstoi, por señalar algunas otras de mis faltas como lector. De todas ellas puedo opinar, de todas ellas tengo referencias y conozco más de un detalle interesante. En realidad, leer no sirve para hablar de lo leído. Cuando nos preguntan que nos ha parecido el último libro que hemos leído acostumbramos a contestar con dos o tres frases hechas según el caso: es fulanito, ya sabes; es complicado de explicar; a mí me ha gustado. Y así salimos del paso. Leer es un acto íntimo, un acto que conecta directamente con nuestro inconsciente y en el que se ponen en marcha resortes incontrolables como la evocación, los deseos, la fabulación, los complejos y toda la caterva de elementos freudianos. Nos sabemos, no podemos, transmitir aquello que nos ha aportado una lectura. Podemos llegar a realizar una sinopsis, siempre distorsionada, y, quizás, nos aventuremos con unas mínimas pinceladas de crítica textual o de comentario estilístico. Cuando hablamos de libros, lo hayamos leído o no, irremediablemente hablamos de otras cosas, de muchas y variadas cosas, pero de nuestra experiencia lectora, realmente, poco, muy poco. No es necesario leer para hablar de libros, ni es fundamental leer para vivir, ni siquiera para sobrevivir, para lo único que es indispensable leer, me temo, es para escribir.
Citaré tres libros que he descubierto estos últimos días en las librerías y que vienen al caso: Cómo hablar de los libros que no se han leído, de Pierre Bayard (Compactos, Anagrama); Saber de libros sin leer, de H. Hitchings (Planeta) o Diccionario de literatura para snobs, de Fabrice Gaignault (Inpedimenta). Evidentemente no he leído ninguno de los tres, simplemente he ojeado el primero, el de Bayard, del cual extraigo una cita de Oscar Wilde: “Para el crítico la obra de arte no es más que una sugerencia para una nueva obra propia que no requiere guardar ninguna similitud evidente con el objetivo de su crítica.

miércoles, 16 de junio de 2010

EL DÍA DE LEOPOLD

 Soy uno de esos lectores del Ulises de Joyce que jamás han leído la novela. Yo lo intento, que conste. Majestuoso, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Y sigo avanzando, con ganas, con ilusión… Sin embargo, nunca he pasado de la segunda página. Podría hacer un esfuerzo mayor y llegar hasta la página veinte, hasta la treinta, podría, incluso, llegar hasta el capitulo sexto entorno al cual gira Vila-Matas en su última novela (Dublinesca).  No puedo. Y no se trata de pereza, se trata de saber que no ha llegado el momento, se trata de reservarlo en la estantería y esperar a que llegue ese día en el que las neuronas y los ojos me pidan zambullirme en la historia  de Leopold Bloom y el Dublín de Joyce. No busco en la novela encontrar una metáfora sobre la existencia humana, no busco ninguna de las múltiples interpretaciones de las que hablan los críticos (Francisco García Tortosa, en la edición de Cátedra, dedica nada más y nada menos que 189 páginas a desentrañar sus misterios), simplemente pretendo leer una historia de personajes que transcurre en el Dublín de principios del siglo XX. Para lograrlo no necesito ninguna guía de lectura, ni tan siquiera la de Nabokov (también la menciona Vila-Matas en Dublinesca). Para lograrlo necesito que llegue mi momento y mientras llega nada me impide seguir considerándome un lector más de los millones que hay que no han podido con ella.
    Hoy día 16 de junio se celebra en Dublín el Bloomsday para conmemorar el día en el que transcurre la novela de Joyce; el 16 de junio de 1904. Hoy miles de nolectores y también de lectores (los hay) del Ulises recorrerán las calles de Dublín bebiendo y recitando pasajes de la obra. Me sumo desde aquí a la celebración brindando con una pinta de Guinness a la salud de Leopold Bloom seguro como estoy de que un día de estos, cuando menos lo espere, llegará esa necesidad irrefrenable de adentrarme sin complejos en los callejones de Dublín.

lunes, 4 de mayo de 2009

CUENTOS Y CUENTISTAS


A Harold Bloom le gustan los cánones, de eso no hay duda, su imprescindible libro El canon occidental lo demuestra. A mí no me gustan los cánones, sin embargo me entusiasman los libros de crítica literaria de mister Bloom. Puede que no esté de acuerdo con muchas de sus apreciaciones, puede que otras muchas se escapen a lo que yo soy capaz de entender, pero reconozco que sus libros me sirven como punto de referencia y acicate para la lectura de autores que desconocía o que temía. Sí, hay autores o libros a los que se teme. Los coges entre tus manos, los miras, los abres y…, algo te impide hurgar entre sus párrafos. Miedo, pereza, sentir que no es el momento, cualquier excusa es buena. A mí me sucede con libros como Ulises, de Joyce o En busca del tiempo perdido, de Proust. Los libros como los de mister Bloom me ayudan a vencer mis particulares miedos de lector. Hace unas semanas Páginas de espuma publicó Cuentos y cuentistas donde Harold Bloom hace un repaso a su particular Olimpo del cuento. Treinta y nueve autores desmenuzados y analizados. Treinta y nueve grandes de la literatura que confirman, una vez más, que el cuento, como género, sólo es pequeño en extensión.