martes, 30 de octubre de 2012

ÉTIENNE DAVODEAU, ENTRE VIÑAS Y VIÑETAS


Un día Méli me recomendó el cómic de Étienne Davodeau Los ignorantes. Yo tomé buena nota de su sugerencia, no en vano hace unos años me regaló una novela titulada Grandes pechos, amplias caderas, de un tal Mo Yan y, ya ven, ahora el chino desconocido es todo un premio nobel.  Así que me agencié el cómic de marras y me sumergí en sus viñetas y en sus viñas. Con un trazo amable y reposado Davodeau nos conduce por un viaje a través del mundo de los vinos y de los cómics. La propuesta es sencilla: el autor queda con su buen amigo Richard Leroy viticultor de la ribera del Loira y mientras uno le enseña al otro el apasionante mundo del cómic el otro le hace entender que hay tras la botella de un buen vino. La poda, el abono (químico o no), la vendimia, la fermentación (también química o no) del vino, la elección de la cuba adecuada, el manuscrito,  los editores, la feria de Angulême, la impresión, la experiencia del dibujante, todo un año de convivencia entre el cómic y el vino. Una idea original y novedosa dentro del mundo de la viñeta, más propio de un documental que de un tebeo, pero que ha resultado ser todo un acierto que probablemente tenga sus continuadores. Si algo destila este último trabajo de Davodeau es amabilidad y un sincero amor por el cómic y por el vino, el buen vino y la buena viñeta, una combinación deliciosa. Delicatessen.

miércoles, 24 de octubre de 2012

SIMENON, EL GRANDE


George Simenon fumaba en pipa. También escribía novelas. Hay quien asegura que escribió tantas novelas como veces rellenó las cazoletas de su colección de pipas, solo de la serie del comisario Maigret son más de 103 títulos. Además, Simenon era belga. Algunos piensan que era francés y los franceses, como con Picasso, siguen asegurando que era francés, pero él nació en Lieja. A los dieciséis años trabajó como periodista de sucesos, en el La Gazette de Liège, usando el pseudónimo de G. Sim. Llegó a París en los frenéticos años veinte y conoció la vida bohemia y artística del momento, incluso fue amante de Joséphine Baker. Aprendió a navegar. Recorrió los canales de Francia, el Mediterráneo, viajo por toda Europa, por África, por la peligrosa Rusia comunista, entre 1934 y 1935 dio la vuelta al mundo y tras la Segunda Guerra Mundial se pasó diez años dando vueltas por el continente americano. Y encima, sacó tiempo para escribir y escribir y escribir y escribir porque, dejando a un lado estos datos superficiales, George Simenon era ante todo escritor, un enorme escritor. La mayoría le conocen por su personaje más carismático, el comisario Maigret, convertido hoy en día en uno de los múltiples arquetipos detectivescos, sin nada que envidiar a Sherlock Holmes,  al Padre Brown o a Philip Marlowe. Sin embargo, Simenon escribió más que novelas, estupendas, maravillosas novelas policiacas. Escribió miles de artículos y reportajes, más de cien novelas que nada tienen que ver con Maigret y una monumental biografía en veintiún volúmenes. Se pasó la vida escribiendo. Su estilo no es estridente ni melodramático ni transgresor, narra de forma tranquila, sencilla, sin artificios, una sencillez que le convierte en grande, en uno de los mejores escritores del siglo XX. Entre mis novelas favoritas no está ninguna de Maigret, prefiero esas otras donde la decadencia humana se desnuda gracias a una intriga sin sobresaltos: Los hermanos Rico, La sed o El hombre de Londres.

Editorial Acantilado se ha liado la manta a la cabeza y quiere editar la obra completa de Simenon, otras editoriales ya lo intentaron en su momento con mayor o menor fortuna. Para empezar Pietr, el letón, de la serie de Maigret, pero vendrán más y poco a poco podremos ir completando la biblioteca Simenon.

domingo, 7 de octubre de 2012

DIEGO MOLDES O UNA EXCUSA PARA HABLAR DE JODOROWSKY


Un libro, una película, un cómic, una performance, un trauma familiar, unas cartas del tarot, cualquier excusa es buena para hablar de Jodorowsky, de hecho, siempre habría que hablar de Jodorowsky. Diego Moldes se ha currado toda una tesis doctoral para poder hablar de él y ahora Cátedra publica parte de este trabajo, Alejandro Jodorowsky, se titula. En principio el libro habla del cine del polifacético artista chileno, intenta centrarse en su filmografía, desde el punto de vista cronológico hasta el punto de vista semiótico, desde el guión con antecedentes dadaístas hasta el simbolismo místico, estrenos, censuras, peripecias, culos beatlelianos, éxitos y fracasos; todo el cine de Alejandro Jodorowsky queda expuesto en este estupendo trabajo de Diego Moldes. Ahora bien, ¿solo habla del cine? ¿Es posible hablar del cine Jodorowsky sin hablar de todo lo demás? Creo que no. Creo que no se puede aplicar el bisturí académico y diseccionar la parte fílmica del resto de su obra creativa, Diego Moldes ni siquiera lo intenta, aunque parezca que sí, que únicamente quiere hablar de su cine, pero no, no lo hace, es imposible. El mismo Jodorowsky escribe el prólogo del libro y, entre otras alabanzas, felicita a Moldes por haberle mostrado su propio hígado, una metáfora anatómica  que no es casual porque al igual que la circulación sanguínea depende del hígado, que filtra y purifica, la obra del chileno parte de un tronco común: sus vísceras. Jodorowsky es un tipo hiperactivo con pintas de sabio, de maestro zen, a veces de loco, ese loco que dice las verdades. Ha sido titiritero, mimo, poeta, actor, inventó las performance antes de que existieran las performances, se exilio de Chile por motivos artísticos, se hizo francés aunque a veces lo lamente, fundó el Movimiento Pánico, ha escrito y dirigido obras de teatro, películas, guiones de cómic, practicó el psicoanálisis, estudió el chamanismo, echa las cartas en un café de París una tarde a la semana de manera altruista (aunque avisa de que es incapaz de adivinar el futuro), ha conocido, trabajado y colaborado con: André Breton, Nicanor Parra, Marcel Marceau, Gaston Bachelard, Jean Cocteau, Fernando Arrabal, Roland Topor, Erich Fromm, Roman Polanski, George Harrison, Moebius, Salvador Dali, Pink Floyd, Fellini y otros muchos más. Alejandro Jodorowsky necesita más que una tesis doctoral de setecientas páginas, o un libro de quinientas, puede que necesite una enciclopedia. Así que desde aquí animo a Diego Moldes para que se lance a un nuevo trabajo de investigación, quizá, tal vez, sobre el cómic del chileno, por qué no. Cualquier excusa con tal de hablar de Jodorowsky.