sábado, 29 de diciembre de 2012

EL ACTO POETICO DE WILLY URIBE


Benedetto Croce dijo que todo el que habla, por el mero hecho de hablar, es un artista. No sé si hay que generalizar tanto, ni estoy convencido de que eso se pueda aplicar a la infinidad de charlatanes malintencionados que abundan en estos tiempos, pero sí pienso que a veces el arte se encuentra más allá de los ámbitos tradicionalmente delimitados para su expresión. El arte, o en este caso la literatura, no concluye en el objeto artístico, sea una novela, un poema, un relato, ni simplemente lo trasciende, sino que en muchas ocasiones el arte ni siquiera necesita al objeto artístico para ser arte. La poesía es un acto y una actitud, no solo son metros y versos, rimas y sinalefas; la poesía es una forma de aproximación a la existencia, a la realidad, a lo cotidiano. Hay quien dice que la literatura, que un libro, no puede cambiar el mundo y en general llevan razón, salvo excepciones como la Biblia que lamentablemente cambió el mundo para peor. Sin embargo, no se trata de cambiarlo, sino de ayudar a que cambie, de darle un empujoncito. Empujones, actos, gritos de advertencia, versos, no importa la modalidad, siempre será poesía vital. Un ejemplo de este arte, de esta sensibilidad y de querer cambiar algo, es lo que está realizando el escritor Willy Uribe desde el día once de diciembre. Ese día decidió ponerse en huelga de hambre como protesta por la negativa del gobierno a conceder el indulto a David Reboredo, un ex toxicómano rehabilitado que ha tenido que ingresar en prisión por que hace años le vendió una papelina a otro heroinómano. Willy no conoce personalmente a Reboredo, no le une nada con él, pero siente una infinita empatía, una tremenda solidaridad con alguien que es juzgado con mayor dureza por un error sin consecuencias cometido en el pasado que otros recién indultados acusados de torturas, por no compararlo con esos banqueros amigos del sistema que aunque arruinen un país gozan del indulto automático antes de que siquiera se les juzgue. Dice Uribe que él no es un suicida, ni un mártir, ni un héroe. No, no lo es; simplemente es un poeta.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

GEORGE V. HIGGINS O EL DIÁLOGO



Si tapas la portada en la que aparece el título y el autor, si no haces caso a la fecha de la primera edición, si lees, solo lees, llegas a pensar que lo que tienes entre tus manos es un magistral guión de Tarantino, para ser más exactos: el mejor guión que nunca hayas leído de Tarantino. Sin embargo, no es así. Lo que tienes entre las manos, lo que hay frente a tus ojos, es una novela titulada: Los amigos de Eddie Coyle. El autor no es Tarantino, ni Scorsese, ni David Chase, es un tipo que nada tiene que ver con ellos, un tal George V. Higgins. Nació en Massachusetts en 1939, estudió en Stanford, fue periodista, abogado, fiscal y profesor universitario. Que se sepa nunca fue gánster ni transitó más de la cuenta por los bajos fondos y sin embargo fue capaz de crear y transmitir un arquetipo de delincuente adoptado hoy en día por todos los amantes del género negro: el mafioso bocazas. El tipo que no hace más que hablar y hablar, mientras le da a la farlopa, mientras vacía el cargador de su pistola, mientras le pega una paliza a otro o mientras se la pegan a él, mientras folla con la Dolly de turno, mientras se derrumba sobre la barra del bar después de haberse metido dos botellas de bourbon para el hígado. Hablar y hablar, sin que nunca se les termine la cuerda, como si de un monologuista espídico se tratara. Hablar y hablar para contarte su vida, la del otro, la de todos, incluso la tuya. Hablar y hablar para ir construyendo una trama a contraluz. Hablar y hablar sin necesidad de describir, eliminando el paisaje. Hablar y hablar para jugar al despiste mientras te birla la cartera. Hablar y hablar, nada más, es lo único que necesita Higgins. Una sucesión de diálogos magistralmente encadenados para contarte una de las mejores historias policiacas que yo haya leído, aunque al principio pensé que lo que tenía entre mis manos era un guión de Tarantino. Qué cosas.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

TODO GELMAN



¿Cuánto ocupa un poeta? Según Seix Barral el poeta argentino Juan Gelman ocupa 13,3 x 23 centímetros y mil trescientas veintiocho páginas. Al menos eso es lo que ocupa su poesía, al menos su poesía publicada, la que el poeta quiere que leamos, todos sus versos desde 1956 hasta 2010, casi nada. Toda una vida, ochenta y dos años, lleva el argentino dándole al verso y a la lucha, toda una vida escribiendo poemas desde que le diera por plagiar a Almafuerte cuando era un niño que quería conquistar el amor de una jovencita, ella se fue, confiesa Gelman y yo me quedé con la poesía. Luego vino la necesidad del verso, un artículo de primera necesidad decía, la poesía social sin recurrir al discurso panfletario, la huida del peso de Neruda. Así llegó el tango que no es  una forma de caminar, como diría Borges, sino  una forma de conversar según la definición del propio Gelman. Más tarde tuvo que inventarse a Sidney West para poder seguir haciendo versos, reinventarse antes de perecer. La lucha, la guerrilla, los Montoneros, el exilio,  la muerte de su madre, la desaparición de un hijo, la recuperación de una nieta, la denuncia, el rechazo del indulto por su pasado montonero, me están canjeando por los secuestradores de mis hijos y de otros miles de muchachos que ahora son mis hijos, todo eso y más cabe en su poesía, toda su vida, la vida que ha querido contarnos en tantos y tantos versos. Este tipo de antologías suenan, a veces, a despedida, espero que no, espero que el poeta tenga cuerda y ganas para rato y que la próxima vez que Seix Barral quiera reeditar toda la poesía de Juan Gelman tenga que añadirle otras mil trescientas veintiocho páginas, espero que este volumen titulado Poesía Reunida sea como este otro que celebra el poeta:
 
En un libro de versos salpicado
por el amor, por la tristeza, por el mundo,
mis hijos dibujaron señoras amarillas,
elefantes que avanzan sobre paraguas rojos,
pájaros detenidos al borde de una página,
invadieron la muerte,
el gran camello azul descansa sobre la palabra ceniza,
una mejilla se desliza por la soledad de mis huesos,
el candor vence al desorden de la noche.
(La victoria, Juan Gelman)

martes, 13 de noviembre de 2012

PHILIP ROTH CHOCHEA



No tiene nada de malo chochear, todo lo contrario, más cuando tienes, como es el caso, casi ochenta años, cuando te has pasado ocho largas décadas siendo más o menos coherente y demostrando una lucidez extraordinaria. Así que vaya por delante que está en todo su derecho, que se lo ha ganado y que hace lo que le da la gana y por supuesto: dice lo que le da la gana. Ahora, al abuelo Philip, le ha dado por ponerse el uniforme de Bartleby, el Bartelby de Melville, el Bartleby de Vila-Matas, y decir aquello de preferiría no hacerlo, pues nada, abuelo, no lo haga usted, usted tranquilo. ¿Se ha tomado el Iniston? Habrá quien diga que es normal que esté cansado de escribir, que esté harto de la literatura, después de toda una vida dedicado a lo mismo, después de más treinta novelas… Claro, claro. ¿Usted también se ha tomado el Iniston? Pues venga, venga, siga con lo suyo. 
De escribir no te retiras, no existe la jubilación, lo de escribir es una dedicación vitalicia, poniéndome cursi, diría que es una forma de vida (yo también tengo derecho a chochear, ¿no?). No hablo de ser novelista, no hablo de ser escritor con mayor o menor éxito, hablo de escribir, del acto, de la necesidad de escribir, de esa sensación agobiante, imperiosa, tremenda, desesperante a veces. Philip Roth dejará de publicar, dejará de entregar manuscritos a su editorial, dejará de gastarse la vista y los pocos años de vida que le queden en la elaboración de ese producto final que nosotros, los consumidores, adquirimos en las librerías. Eso es más que probable. No me cuesta imaginarlo haciendo las correcciones de Némesis, soportando la presión de su editor, intentado cuadrar hasta la última coma del texto y pensando para sí: ¡A la mierda! ¡Váyase a la mierda! (sí, me lo imagino en plan Fernando Fernán-Gómez). Hay que reconocer que la literatura agota, es tremenda la literatura, cansina y plasta, avariciosa, adictiva, vampírica la literatura, una cabrona la literatura. Sin embargo, escribir, ese acto impulsivo, ese instinto creativo (con mayor o menor fortuna) no es controlable, proviene del otro lado del córtex cerebral, de lo profundo del bulbo raquídeo, del mismo lugar que controla nuestra respiración. 
Escribir, abuelo Philip, no es una opción, es una maldición (placentera o no depende mucho del día). Puede que Roth quiera dejar la pluma, puede que esté empeñado en ello y que cabezota, como cualquier octogenario gruñón, lance ese órdago a sus lectores: Ahí us quedaís! (que diría el otro), pero no creo que Zuckerman le deje abandonar el barco, no creo que Kepesh se lo permita.  Además, sería una lástima que Némesis fuera su última novela, seguro que tiene algo mejor guardado en el cajón del escritorio, algo que todavía no nos ha contado, algo que cuando menos lo esperemos nos permitirá leerlo. Mientras tanto dejémosle gruñir y chochear, claro que sí, tiene todo el derecho. Abuelo, abríguese, que hace frío.

viernes, 9 de noviembre de 2012

TRAPIELLO, NO MÁS



Andrés Trapiello además de tipógrafo, un excepcional tipógrafo, además de cronista de sus cosas con un diario que ya va por el volumen dieciocho, El salón de pasos perdidos, además de ensayista, además de columnista, además de editor, además de… ¿se pude ser más cosas?, sí, además de poeta, además de bloguero, hemeroflexia-blog, además de padre, además de lector, además de ser humano, además de todo y más, es novelista. Sí, sí, es cierto. ¿Pensaban que solo escribía sus diarios? Pues no, aunque con eso ya tendría suficiente (incluso algunos lectores tendrían suficiente, que no es mi caso), porque Trapiello saca tiempo y palabras para escribir más, mucho más, siempre más, ¿hace algo más que escribir?, no creo, algunos dicen que sí, pero nadie ha podido confirmarlo por el momento, así que, como sufre del miedo a la hoja en blanco, horror vacui, cada vez que encuentra un papel, una superficie sobre la que escribir, no puede evitar rellenarla, el tic nervioso del artista del verbo, vuelca el saco del palabrero sobre esas impúdicas hojas desnudas  y, así, por obsesión compulsiva, nos regala alguna que otra novela. Recuerdo con gusto, con retrogusto que diría un sumiller, Los amigos del crimen perfecto, incluso o a pesar de que le dieran el Nadal y parece ser que un premio  chino allá en China. Recuerdo, vagamente, pero con el mismo gusto El buque fantasma, descubierto porque me llamó la atención su portada (estaba yo en plena postadolescencia y aun miraba yo las portadas y contraportadas antes de lanzarme a una lectura). Luego escribió la incestuosa Los confines, que leí con el morbo del vicioso pecador y ahora nos sorprende con Ayer, no más (Destino).

Me sorprende, aunque la sorpresa pueda ser algo fingida, porque pensaba que tras la monumental y extraordinaria Las armas y las letras (1994 y 2010 revisitated) Trapiello ya se había cansado de aquello de la Guerra Civil. Supongo que los cansados son otros (que no yo), esos a los que molesta la memoria, amantes del amnesia, aquellos que prefieren mirar de soslayo y decir todo fue hace mucho, mientras los cadáveres siguen dando flores en las cunetas. Realmente Ayer, no más no va de la Guerra Civil, sino de cómo aquellos sucesos se filtran irremediablemente en las familias y desde el subsuelo genealógico emanan, cual acuíferos pretéritos, empapan, riegan y siguen formando parte de todos nosotros, pues todos somos descendientes de lo que pasó (y de lo que no pasó). Leer sobre la Guerra Civil, la directa y la indirecta (la que fue y la que sigue siendo), siempre es un ejercicio de terapia, mirar para otro lado y pensar que eso no va con uno es usar la táctica del avestruz, por eso aconsejo leer Ayer, no más, porque nos habla de cosas que aun están, que todavía no han pasado, cosas de hoy, no más.