martes, 22 de junio de 2010

LOS BUENOS NUNCA SE VAN SOLOS (II)

Los buenos nunca se van solos porque siempre se llevan un pedacito de todos nosotros y a veces, para colmo, sucede que la muerte se los lleva a pares y ese pedacito se convierte en un buen trozo. Esto es lo que ha sucedido este fin de semana; primero se marchó Saramago y unas horas más tarde Carlos Monsiváis.
 
    Monsiváis decía que era un gato sin la elegancia ni las siete vidas de los gatos. Siempre estuvo rodeado de gatos, aunque le prohibieran el contacto con ellos debido a la afección pulmonar que al final le robó la única vida que tenía. En México todo el mundo le conocía. Salía en la televisión, en la radio, escribía en los periódicos, se metía en todas las salsas y, como los gatos, curioseaba, criticaba y opinaba sin importarle las consecuencias. En una entrevista afirmó que había talentos que le habían sido negados; uno de ellos es el necesario para llegar a la  Presidencia de la República y, otro mayor, mucho mayor, el que se precisa para ser poeta. No fue poeta, eso se lo dejó a su amigo José Emilio Pacheco, ni fue Presidente de la República, eso le habría anulado su capacidad crítica. Yo he leído poco de Monsiváis, un puñado de artículos, recuerdo dos especialmente; uno sobre el impacto de los atentados del 11-S en la sociedad mejicana y el segundo sobre la obra de Juan Rulfo. Es poco lo que he leído de Monsiváis para lo extenso de su obra. Especiales ganas tengo de hincarle el diente a su novela Nuevo catecismo para indios remisos, novela de la que Sergio Pitol comenta en El mago de Viena: libro excéntrico entre los excéntricos, es también uno de los más perfectos con que cuenta la literatura mexicana. Y yo de Pitol me fío. Supongo que ahora, con su muerte, editoriales y librerías se apresurarán a reeditar lo escrito y no escrito del autor mejicano y tendré la oportunidad de disfrutarlo plenamente. Así funcionan las cosas, siempre con la muerte de por medio.

LOS BUENOS NUNCA SE VAN SOLOS (I)

Pero la imagen que no me abandona en esta hora de melancolía es la del viejo que avanza bajo la lluvia, obstinado, silencioso, como quien cumple un destino que no podrá modificar. A no ser la muerte. Este viejo, que casi toco con la mano, no sabe cómo va a morir. Todavía no sabe que pocos días antes de su último día tendrá el presentimiento de que ha llegado el fin, e irá, de árbol en árbol de su huerto, abrazando los troncos, despidiéndose de ellos, de las sombras amigas, de los frutos que no volverá a comer. Porque habrá llegado la gran sombra, mientras la memoria no lo resucite en el camino inundado o bajo el cielo cóncavo y la eterna interrogación de los astros. ¿Qué palabra dirá entonces?
Tú estabas, abuela, sentada en la puerta de tu casa, abierta ante la noche estrellada e inmensa, ante el cielo del que nada sabías y por donde  nunca viajarías, ante el silencio de los campos y de los árboles encantados, y dijiste, con la serenidad de tus noventa años y el fuego de una adolescencia nunca perdida: << El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir >>.  Así mismo. Yo estaba allí.


    
   
                       Así mismo contó José Saramago en el libro Las pequeñas memorias y en el discurso que pronunció al recibir el Premio Nobel, la manera en la que sus abuelos maternos afrontaron la muerte, con estoicismo y tristeza, no por irse, sino por dejar las cosas buenas de este mundo, porque, al fin y al cabo, a pesar de todo, el mundo es tan bonito… No sé cuales habrán sido las últimas palabras de Saramago, habrán quedado en los oídos de Pilar, su mujer, pero imagino que le habría gustado abrazar, uno a uno, a todos los árboles que por su vida pasaron.

miércoles, 16 de junio de 2010

EL DÍA DE LEOPOLD

 Soy uno de esos lectores del Ulises de Joyce que jamás han leído la novela. Yo lo intento, que conste. Majestuoso, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Y sigo avanzando, con ganas, con ilusión… Sin embargo, nunca he pasado de la segunda página. Podría hacer un esfuerzo mayor y llegar hasta la página veinte, hasta la treinta, podría, incluso, llegar hasta el capitulo sexto entorno al cual gira Vila-Matas en su última novela (Dublinesca).  No puedo. Y no se trata de pereza, se trata de saber que no ha llegado el momento, se trata de reservarlo en la estantería y esperar a que llegue ese día en el que las neuronas y los ojos me pidan zambullirme en la historia  de Leopold Bloom y el Dublín de Joyce. No busco en la novela encontrar una metáfora sobre la existencia humana, no busco ninguna de las múltiples interpretaciones de las que hablan los críticos (Francisco García Tortosa, en la edición de Cátedra, dedica nada más y nada menos que 189 páginas a desentrañar sus misterios), simplemente pretendo leer una historia de personajes que transcurre en el Dublín de principios del siglo XX. Para lograrlo no necesito ninguna guía de lectura, ni tan siquiera la de Nabokov (también la menciona Vila-Matas en Dublinesca). Para lograrlo necesito que llegue mi momento y mientras llega nada me impide seguir considerándome un lector más de los millones que hay que no han podido con ella.
    Hoy día 16 de junio se celebra en Dublín el Bloomsday para conmemorar el día en el que transcurre la novela de Joyce; el 16 de junio de 1904. Hoy miles de nolectores y también de lectores (los hay) del Ulises recorrerán las calles de Dublín bebiendo y recitando pasajes de la obra. Me sumo desde aquí a la celebración brindando con una pinta de Guinness a la salud de Leopold Bloom seguro como estoy de que un día de estos, cuando menos lo espere, llegará esa necesidad irrefrenable de adentrarme sin complejos en los callejones de Dublín.

domingo, 6 de junio de 2010

600 COITOS

Chuck Palahniuk ha estado en Madrid con motivo del supra-acto-cultural-comercial de La Feria del Libro. Ha venido a presentar su última novela: Snuff. En esta ocasión Palahniuk cuenta la historia de una actriz porno dispuesta a superar el record filmado y documentado de Annabel Chong, recogido en el documental Sex: the Annabel Chong story (1999), consistente en 251 coitos de manera consecutiva con hombres diferentes. La protagonista de Chuck Palahniuk pretende llegar ni más ni menos que a la cifra de 600 polvos del tirón. El discípulo de Tom Spanbauer  no ha montado ninguno de los numeritos publicitarios con los que escandaliza a sus pudorosos compatriotas y es una pena, porque si sus novelas (aunque a veces flojeen en lo meramente literario) son provocaciones nihilistas, él asegura que no es nihilista, sino un romántico mal entendido (como todos los románticos o como todos los nihilistas), las presentaciones de sus libros no se quedan cortas en cuanto a provocación y horterada de mal gusto (divertidas también). En el caso de Snuff llenó las calles de varias ciudades norteamericanas con muñecas hinchables, todas ellas dispuestas a superar el record propuesto en la novela. Sin embargo, tuvo mayor repercusión y condena cuando en la presentación de la novela Fantasmas, al leer el relato Guts (Tripas), la mitad de los asistentes se desmayaron impresionados y asqueados. Dicen las malas lenguas que los desmayados eran actores pagados por la editorial… ¿Y eso importa? Yo conozco a más de una persona que aún no se ha recuperado de la lectura del truculento y escatológico relato, ¿verdad? Lástima que aquí, en Madrid, Palahniuk no haya querido montar ningún numerito, será porque los europeos  somos menos mojigatos que los yankees, ¿o no?