miércoles, 16 de junio de 2010

EL DÍA DE LEOPOLD

 Soy uno de esos lectores del Ulises de Joyce que jamás han leído la novela. Yo lo intento, que conste. Majestuoso, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Y sigo avanzando, con ganas, con ilusión… Sin embargo, nunca he pasado de la segunda página. Podría hacer un esfuerzo mayor y llegar hasta la página veinte, hasta la treinta, podría, incluso, llegar hasta el capitulo sexto entorno al cual gira Vila-Matas en su última novela (Dublinesca).  No puedo. Y no se trata de pereza, se trata de saber que no ha llegado el momento, se trata de reservarlo en la estantería y esperar a que llegue ese día en el que las neuronas y los ojos me pidan zambullirme en la historia  de Leopold Bloom y el Dublín de Joyce. No busco en la novela encontrar una metáfora sobre la existencia humana, no busco ninguna de las múltiples interpretaciones de las que hablan los críticos (Francisco García Tortosa, en la edición de Cátedra, dedica nada más y nada menos que 189 páginas a desentrañar sus misterios), simplemente pretendo leer una historia de personajes que transcurre en el Dublín de principios del siglo XX. Para lograrlo no necesito ninguna guía de lectura, ni tan siquiera la de Nabokov (también la menciona Vila-Matas en Dublinesca). Para lograrlo necesito que llegue mi momento y mientras llega nada me impide seguir considerándome un lector más de los millones que hay que no han podido con ella.
    Hoy día 16 de junio se celebra en Dublín el Bloomsday para conmemorar el día en el que transcurre la novela de Joyce; el 16 de junio de 1904. Hoy miles de nolectores y también de lectores (los hay) del Ulises recorrerán las calles de Dublín bebiendo y recitando pasajes de la obra. Me sumo desde aquí a la celebración brindando con una pinta de Guinness a la salud de Leopold Bloom seguro como estoy de que un día de estos, cuando menos lo espere, llegará esa necesidad irrefrenable de adentrarme sin complejos en los callejones de Dublín.

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