jueves, 28 de marzo de 2013

LA PRINCESA PROMETIDA, UN BÁLSAMO CONTRA LA AGONÍA DE LA SEMANA SANTA



En estos días de Semana Santa tan llenos de dolor y angustia, con esos encapuchados recorriendo tétricamente las calles de nuestras ciudades y con esa música fúnebre retumbando a todas horas, reivindico el romanticismo, la aventura, la inocencia y la frescura de una sonrisa. Los canales televisivos nos acosarán con dramones bíblicos e historias de pasiones para beatorros, yo propongo que lancemos el mando de la televisión al palio del Cristo de turno y recostándonos en nuestro sofá preferido  volvamos a ver aquella maravillosa y tierna película: La princesa prometida.
Para quien no lo sepa, La princesa prometida, antes de ser película fue libro (como sucede tantas y tantas veces). Su autor William Goldman es además un prestigioso guionista de Hollywood, con títulos tan admirables como: Dos hombres y un destino o Todos los hombres del presidente. Ha escrito otras novelas e incluso libros sobre el oficio de guionista, pero sin duda, su obra más perdurable, más reconocida no es otra que está historia de aventuras y romanticismo (un romanticismo nada lacrimógeno, todo lo contrario: un romanticismo esperanzador y feliz). Las tribulaciones de la bella Buttercup, el amor incondicional de Westley y su incorruptible como desees, André el Gigante, Iñigo Montoya o el malvado Humperdinck, todos son personajes inolvidables que nos arrancarán una sonrisa y nos pondrán ojos risueños. Quizás miremos por la ventana, más allá de los desfiles católicos, quizás recordemos ciertos momentos, quizás comprendamos lo que significa amar y seguramente sintamos una punzada en el corazón. En cualquier caso, siempre pasaremos un buen rato. Para quienes opten por leer la novela, en vez de ver la película, no olviden poner de fondo la banda sonora de Mark Knopfler y Willy DeVille, así la ambientación será perfecta.

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