jueves, 8 de octubre de 2009

EL DECÁLOGO DE MONTERROSO (I)


Hace unos días intenté escribir un microrelato para un microconcurso. Evidentemente uno se presenta a estos actos por mera necesidad monetaria, un acto más de prostitución. No buscaba el reconocimiento de mis escritos, ni gloria, ni fama. Buscaba un cliente poco exigente, que se conformara con un francés rápido en una de las esquinas de las Ramblas o de la calle Montera. Vamos que buscaba unos euros a cambio de algo sencillo. Sin embargo, me puse a escribir y no pude evitar la necesidad de hacerlo bien, de ser, al menos, honesto conmigo mismo. Me quedó un relatito curioso, pero excesivamente grande para las medidas requeridas. Pedían 200 palabras, creo y yo superé las 350. No pude enviarlo. Me sentí como una prostituta sin cliente, ultrajado y decepcionado conmigo mismo. Entonces me acordé de Augusto Monterroso, autor del más famoso y breve cuento de la literatura hispánica. Ese cuento que dice: Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí. Y recordé un decálogo de doce puntos que el autor hondureño dejó para nosotros, los simios con necesidades literarias, los monos miméticos.


Primero.Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

Segundo.No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.

Tercero. En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: "En literatura no hay nada escrito".

Cuarto. Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamas escribas nada con cincuenta palabras.

Quinto. Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.


Sexto. Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

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